En legítima defensa

Por Alejandro Valenzuela


Una Calle

El jueves 29 de Octubre un adolescente murió de un balazo en el pecho y otro quedó herido. Fue un acto de legítima defensa y debemos lamentar no sólo la muerte de una de las víctimas, sino también el estado de la otra víctima, la que el destino puso en el papel de victimaria y que ese día despertó sin saber que iba a coartar la vida de una persona, por más detestable que sea.

No somos afectos a la nota roja (dejamos ese tópico a los otros medios, los que viven de eso), pero tenemos la obligación de abordar los efectos sociales del crimen y la delincuencia.

La historia se cuenta en Vícam así (y las versiones pueden variar en el detalle, pero coinciden en lo fundamental). Esa tarde dos jovencitos (uno de ellos miembro de una familia con una larga práctica en hechos delictivos) se estaban drogando en el patio de una casa donde los padres brillaban por su ausencia.

Ya bajo el estímulo del crystal, uno de ellos se mete en la casa (prácticamente una choza), saca un arma (un viejo revolver calibre .22) y se encaminan rumbo al centro del pueblo. Cruzan la plaza, pasan frente a la inservible Comisaría, dan vuelta por la calle que está en frente del casino, dan vuelta a la izquierda en la calle del Copiz y, por esos callejones del centro, se detienen en la casa de uno de los tantos vendedores de droga (si usted es policía, ya sabe a quién nos referimos) se drogan un poco más en la casa abandonada (esa que tanto hemos denunciado) y se dirigen a la tienda de la señora M, que está allí a la vuelta. Sacan la pistola y le roban 200 pesos.

Salen corriendo con el botín y se dirigen rumbo a la plaza. Pasan por la tienda del señor T y deciden repetir la azaña. Vuelven a sacar la pistola y se roban 100 pesos. Cruzan la calle principal volteando rumbo a la comisaria, pasan por entre las casetas que se han apropiado de ese espacio público y se internan en la plaza. Salen a la calle del Seguro Social y al llegar a la esquina ven abierto el abarrotes L y entran en él. El dueño está platicando con alguien. Los delincuentes lo encañonan, se hace la confusión, el abarrotero se niega a dejarse asaltar y el de la pistola jala el gatillo…

La pistola no disparó. Amartilla de nuevo y vuelve a fallar. En eso, la señora A se lanza hacia un cajón y ve que el joven delincuente se prepara para jalar de nuevo el gatillo.

Antes de que el ratero logre disparar, la señora A dispara dos veces. Su pistola sí funcionó pero no supo que había pasado porque cerró los ojos. Cuando los abre ve que uno de los adolescentes yace agonizando y el otro se arrastra con una herida menor.

Se junta la gente, llega la policía (entonces sí, como siempre) y se llevan a todos los implicados a Obregón. A la señora A se le toma la declaración y se ve que es un típico caso de legítima defensa y regresa a Vícam. El herido va al hospital en calidad de detenido y el muerto a la morgue.

Este es el tercer muerto en esa atípica familia, todos en actos de defensa o de venganza. Sale en todos los periódicos y la autoridad (por llamarles de algún modo) como si nada.

¿Hasta cuándo las comunidades yaquis seguirán confundiendo autonomía con excepción? ¿Hasta cuando los gobernantes de todos los niveles tolerarán esta situación con tal de no involucrarse en los profundos problemas de este territorio que está casi al margen de la ley?

Llamamos a nuestros lectores a que analicen este hecho; a que lo hagan con seriedad tratando de escudriñar las profundidades e implicaciones de un hecho tan lamentable.

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