Caricatura de Fernando Jiménez
El Capulita es el mariguano de más sólida reputación. Es uno de tantos hijos del viejo Cápula, por lo que se le conoce también como Cápula Hachas y Machetes para distinguirlo de su padre conocido por algunos como Cápula Tierra y Libertad. El Capulita tenía en la casa de su madre, donde vivía, una enorme planta de mariguana que cuidaba con el amor de un padre. En tiempo de calor tendía un costal en sus sombras y sesteaba en ella; en los tiempos de sequía la regaba aunque se quedara él sin tomar agua y, cuando llegaba la época buena, le cortaba con una tijera todas las hojas y una que otra cola y les aplicaba un riguroso tratamiento de disecación que duraba tres días. En el techo de la casa ponía unos costales y hacía un tenderete con la hierba. La ponía al sol veinte minutos antes de las doce y la dejaba allí quince minutos. Cuando faltaban cinco para las doce la recogía y la ponía en la sombra. A las doce en punto la ponía al sol otros quince minutos. Este era, según el Capulita, el único método probado para que la mariguana conservara el chuqui. Cuando la secaba estrenaba la cosecha. Iba a la tienda de los Tabardillo y compraba un refresco que no fuera Coca-Cola porque, en su opinión, tenía mucha droga; ponía una silla playera en la sombra de un tabachín que estaba en el patio y, lentamente, sin prisa, liaba un enorme cigarro con las primicias; lo encendía y se lo fumaba lentamente hasta que los ojos se le volvían dos brasas encendidas. Una vez que terminaba se iba a la calle a ver a la gente. La mariguana provoca en los que la fuman sentimientos distintos debido a que solamente acentúa los estados de ánimo. Al Capulita, proclive a la burla y la alegría, la loquera le daba por resaltar en forma caricaturesca hasta el más mínimo defecto y eso le provocaba una hilaridad que la gente, a su vez, también disfrutaba.
Eran otros tiempos: aquellos cuando Vícam sabía quién era quién. Por aquel entonces la gente salía en las noches de verano a dormir en los patios, y se dormía a pierna suelta. Nadie estaba con el sobresalto de los rateros. Los mariguanos eran gente conocida y, hasta donde eso era posible, respetada. Todos sabían que el Capulita, los Bitachis, el Pito y los demás no iban a meterse a las casas a andar robando. De hecho, hasta cuidaban la seguridad del pueblo. En aquellos tiempos la gente le temía a los fantasmas que la misma gente inventaba. En las zonas oscuras (todos tenían que pasar por una oscuridad para ir a su casa) atteraba la idea de que se apareciera el Dientito, el Duende, el fantasma de la mujer y todos los mitos que llegaban por oleadas. Ahora se le teme a los rateros y se detesta a la autoridad. Antes Genaro Peralta era odiado por los jóvenes, a los que no dejaba jugar billar, pero era respetado por todos los demás por esa manera dura pero recta de conducir la autoridad. Eran otros tiempos y el Capulita es un ícono de esos días idos…
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