Para Juan Manuel Zunzunegui la Revolución se ha convertido en una especie de religión.

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A un siglo del inicio de la Revolución Mexicana la noción de que el México democrático actual se forjó a partir de esa heroica gesta armada para algunos historiadores no es del todo verosímil. Al menos para el historiador Juan Manuel Zunzunegui no lo es.

En su libro La historia de una matanza por el poder, el gran mito de la Revolución (Editores Mexicanos Unidos), el historiador cuestiona los mitos alrededor del discurso oficial de este popular movimiento armado.

Maestro en materialismo histórico, Zunzunegui asegura que la Revolución mexicana se ha convertido en una especie de religión: “se cree en ella ciegamente y sin cuestionarla, se han establecido dogmas que con el paso del tiempo parecen inmutables e inalterados. Lo que lo hace parecido a la religión es que sirve para hacer grandes sermones y para mover masas”.

El autor advierte que el objetivo del libro no es conmemorar la Revolución, puesto que no hay nada que conmemorar en algo que “no fue una revolución sino una matanza de 25 años, con el único fin de tomar el poder”.

En este pequeño, pero contundente ensayo, el autor somete al lector a una psicoterapia desmitificadora de cinco grandes mitos de la Revolución.

Hoy se conmemora un siglo del inicio de la Revolución pero eso es un mito. Zunzunegui afirma que, si bien, Francisco I. Madero convocó a un levantamiento armado para el 20 de noviembre de 1910, a las 6 de la tarde, en realidad no sucedió nada. Los levantamientos fueron dándose hasta 1911.

Por otro lado, Porfirio Díaz, en 1911, renuncia a la presidencia de manera pacífica, así que no hubo un levantamiento armado que pudiera considerarse revolución en esa fecha.

Si la Revolución a la que Madero convocó era para derrocar a Porfirio Díaz del poder, entonces ¿por qué las matanzas se dieron después de que Díaz renuncia a la silla presidencial?, es la segunda pregunta del autor.

¿Revolución social?

En entrevista, el autor asegura que las matanzas se produjeron por la ineficacia de Madero para gobernar.

“Madero era, lo que podemos decir ahora un junior, un niñito bien de 36 años, de una de las diez familias más ricas del país, que no había trabajado nunca en su vida, no sabía nada de política; un hombre que pensaba que era científico cuando en realidad era un especie de homeópata, y además decía que hablaba con espíritus.

“Cuando un hombre así pretende gobernar hay un problema, y Porfirio Díaz vio ese problema: ‘si este hombre nos gobierna, el país se le va a caer encima’ y eso fue lo que pasó.

“Tomó el poder por la buena y el país se le cayó encima, no sabía cumplir la ley, no sabía poner mano dura, a los diez días de su gobierno Zapata ya lo había desconocido. Luego viene el golpe de estado de Victoriano Huerta y luego una guerra de todos contra todos. Si la causa de la guerra era derrocar a Díaz, estando él en el exilio, allí ya no había una causa, ya era una lucha por tener la silla presidencial”, explica.

Más allá de un proyecto de nación, el movimiento armado era una guerra de todos contra todos, de una lucha por el poder, por lo tanto México no tuvo una Revolución social, asegura el autor refutando la idea de que el país tuvo la primera revolución social del siglo XX.

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Para Zunzunegui, en la Revolución no existió en ningún momento una participación popular para que se le atribuya el carácter de “social”.

“La mayor parte del conflicto ocurrió entre élites militares, Madero era un aristócrata hacendado, fue derrocado por un militar porfirista, Victoriano Huerta, quien a su vez fue derrocado por un aristócrata porfirista, Venustiano Carranza, el cual fue sustituido por otro terrateniente, Álvaro Obregón”.

Si bien, se considera a Francisco Villa y a Emiliano Zapata como los grandes caudillos que lucharon por el pueblo, Zunzunegui afirma que, en realidad, cada uno peleaba su propia revolución, además de que ninguno de los dos ganó la Revolución; ambos fueron asesinados por la élite del poder.

Héroes sin gloria

El Centauro del Norte se unió a la Revolución, según el autor, para borrar su pasado bandolero y se mantuvo en la lucha para vengar la muerte de Madero, pero en especial porque firmó un contrato de exclusividad con una empresa cinematográfica norteamericana.

“A mí Pancho Villa me cae bien, era un tipazo. Convivir con él habría sido maravilloso, era bonachón, dicharachero, cantador, mujeriego, le gustaba pasarla bien, sonreía todo el tiempo, pero luego le entraba la depresión absoluta y se ponía a llorar, por eso digo que tenía problemas de bipolaridad.

“Era un hombre con gran sentido de la justicia, era peón de hacienda y cuando su patrón intenta violar a su hermana él la defiende matando al hacendado. Pero cuando se une a la Revolución le pasa algo muy interesante que no nos cuentan en la historia: Villa firma un contrato de exclusividad con un estudio cinematográfico norteamericano, por eso hay tanto material fílmico de Villa y por eso los Casasola tienen un archivo inmenso de Emiliano Zapata y muy poco de Villa”, opina.

“Le pagaron cinco mil dólares, que no se los embolsó, con eso contrató maestros para que le dieran clase a los niños. Tiene un sentido de justicia, lo que le dieron lo repartió entre niños, huérfanos, y en pagar maestros, pero tampoco tiene un proyecto de nación”.

Del Caudillo del Sur afirma: “Zapata, como líder de los campesinos tiene un sentido claro de la justicia, por lo que está viviendo en su pueblo, los campesinos tienen las tierras para sembrar pero los hacendados se las están quitando y el gobierno no hace nada. Zapata intentó durante mucho tiempo, por la vía legal, tratar ese asunto con el gobierno hasta que vio que nunca se iba a resolver y decidió tomarse justicia por su cuenta; se dedicó a incendiar haciendas, asaltar y matar hacendados.

“Desde luego la culpa no es de Villa ni de Zapata, la culpa es de la historia que los convierte en héroes, yo creo que lo son, pero por supuesto a nivel local, es decir el personaje que vive en medio de la injusticia pues hace lo que puede para salir de ella, pero de allí a pretender que Villa y Zapata tenían un proyecto revolucionario para cambiar México no, eso no pasó nunca”, asegura desmitificando la figura de los grandes caudillos.

Adelitas

Institucionalización del discurso

El archivo fotográfico de los hermanos Casasola, las cintas de Pancho Villa, así como el muralismo desarrollado durante el cardenismo son para el autor los medios que ayudaron a construir el discurso ideológico revolucionario.

“En realidad Zapata y Villa se convierten en grandes mitos hasta el gobierno de Cárdenas, cuando decide hacer su versión de esos 25 años de matanza, de una masacre total por tomar el poder. Cárdenas construyó la ideología de que todo eso fue una revolución social, que la peleó el pueblo contra la tiranía de Porfirio Díaz”.

El último gran discurso es que en México hubo una Revolución que modernizó el país y la dotó de instituciones pero para el autor no existió nada de eso, ya que no hubo un cambio en el sistema económico, ni en el político.

Afirma que se construyeron instituciones, pero siempre dependientes del caudillo en turno, ahora elevado a Presidente. Aunque Lázaro Cárdenas construyó un sistema social corporativista, ése se convirtió en una dictadura de poder que se prolongaría 60 años, y que sigue existiendo hasta ahora.

“Cárdenas forma los sindicatos, hace las corporaciones que jalan votos en masa, lo que logra es una estructura de poder perfecta donde él no tiene que ocuparse de que millones de personas se preocupen de votar, sino convencer a los líderes campesinos, militares, sindicales, darles dinero y que ellos a su vez jalen más votos.

“Eso sigue arrastrándose hasta hoy, así funcionó el PRI, jalando el voto corporativo y cuando llega el PAN al poder, la gran misión era destruir esa gran empresa corporativa pero no lo hace, se apodera de ella.

Zunzunegui apunta que, “si consideramos que 25 años de matanzas es algo que se debe conmemorar, pues ya está en cada quién”.

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