Daniel Kahneman, el psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía por sus estudios donde dice que la Economía carece de razón (a esos niveles lleva la apertura y tolerancia de una ciencia siempre sometida al ataque de muchos que, incluso, no saben de Economía), dice que los seres humanos somos dados a tomar atajos mentales para resolver cosas cotidianas. Eso nos sirve para evitar razonar las cosas. Pensando en eso vi que muchas personas suelen tener un conjunto de proclamas que sustituyen las ideas.

En estos días aciagos, piense usted en las siguientes frases: “Las privatizaciones son un robo al pueblo”; “las reformas estructurales son parte de un plan neoliberal para dominar a los pobres”; “fue un crimen de estado”; “Peña Nieto debe renunciar a la presidencia”, “en México hay una violación sistemática de los derechos humanos”. Si está de acuerdo con esas frases, entonces usted no duda en calificarse a sí mismo como rebelde, como revolucionario. Si alguien piensa diferente a por lo menos alguna de las sentencias anteriores, seguro que usted lo calificará de ideólogo del capitalismo, neoliberal y, si es periodista, de jilguero de la burguesía. Esas frases son atajos mentales, recetas listas para ser apoyadas o rechazadas.

Traigo a colación los atajos mentales porque quiero llamar la atención sobre el llamado que hacen muchas personas a no donar al Teletón porque “prefieren apoyar proyectos honrados que no evaden impuestos y que no lucran con la humillación a los discapacitados”. La verdad es que es imposible saber si Televisa evade impuestos a través de la Fundación Teletón, pero supongamos que sí lo hace. Para evadir esos impuestos la empresa ha tenido que instalar y mantener al menos ocho CRITs en toda la república, ha tenido que atender a miles de discapacitados y ha rehabilitado a cientos de ellos que, de otro modo, seguirían en las mismas condiciones.

Personalmente conozco a personas que si no fuera por el CRIT no habrían tenido una oportunidad de ser atendidos. Los CRIT son, hoy por hoy, el centro de atención privada más grande del mundo, y es gratuita. A ellos acuden no los que pueden ir a Houston o a los grandes hospitales privados del país, sino aquellos que no pueden ir a ningún lado. Por cada peso donado quizá Televisa le quite quince centavos al Estado. Cierto, eso sería ilegítimo, pero ¿a poco no es ilegítimo también que esos quince centavos, de llegar al gobierno, sean usados para que la clase política lleve la vida que lleva? Quizá esos quince centavos pudieran ser canalizados a Salubridad, al Seguro Social o al Seguro Popular, lugares que son como el primer círculo del infierno para quienes tienen la desgracia de caer allí, pobres pobrísimos, la mayoría de ellos. Parece que hay entre los “defensores de los pobres” una fractura moral que ni en sueños se han detenido a cuestionarse.

Los que se oponen al Teletón no donan a nadie (ni a Unicef, ni a Aldeas Infantiles SOS, a nadie); solamente se oponen porque no van a permitirle a una empresa símbolo del capitalismo neoliberal evadir impuestos y en esa cruzada se llevan entre las patas a miles de familias pobres, pobrísimas, que encuentran en el CRIT un poco de consuelo. En el imaginario popular tienen gran prestigio los personajes de Robín Hood y de Chucho el Roto porque, se dice, robaban a los ricos con el único fin de ayudar a los pobres. Pues dejemos que Televisa ayude a los pobres con el único fin de robarle a los ricos gobernantes que tenemos.

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