Una de las tesis de materialismo dialéctico (previamente pasado, desde luego, por el tamiz de los manuales soviétivos) era la unidad y lucha de los contrarios… Anastasio Somoza y Daniel Ortega estaban en las antípodas en 1979. Los jóvenes de esa época esperábamos muy temprano la llegada del periódico Unomásuno para enterarnos del reporte de guerra. Nos estremecía el avance del FSLN. Un día tomaron Matagalpa, al otro cayó León y cuando tomaron Masaya supimos que el asalto al bunker del cruel dictador era cuestión de horas. Entre el 17 y el 19 de julio no nos despegamos de las únicas fuentes de noticias a las que teníamos acceso (no existía el internet ni la telefonía celular). Por esos días, en las escuelas había comités de reclutamiento para ir a pelear a Nicaragua. El dictador cayó, huyó del país y se refugió en Paraguay, donde gobernaba su amigo el dictador Alfredo Stroessner. Un comando llegó a la Asunción, la capital paraguaya, rentó un cuarto de hotel enfrente del de Somoza y el 17 de septiembre de 1980, un año después de su caída, un proyectil de bazuca entró por la ventana de su cuarto.
Muchos años después, como dice García Márquez, aquel guerrillero, frente a los controles del poder, nombró vicepresidenta a su esposa y él se propuso eternizarse en el poder, tal y como lo hacían los Somoza desde hacía décadas en Nicaragua. Seguramente, los nicaragüenses lo echarán del poder como hicieron con el anterior dictador y empezarán un nuevo ciclo que, se espera, ahora sí sea de democracia, libertad y progreso.
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