“El pueblo es sabio”. Esa es la frase que se me vino a la cabeza cuando estaba viendo las escenas del linchamiento en San Vicente Boquerón, en Acatlán de Osorio, Puebla, escenas que enchinan el cuero por el grado de crueldad innecesaria y sin límites. Una turba enardecida porque, según les dijeron, los hombres detenidos era robachicos, rompió las rejas de las celdas donde estaban detenidos, los roció con gasolina y les prendió fuego. La multitud sacó sus teléfonos para registrar el espectáculo. Los dos hombres pasaron la más cruel agonía, mientras la gente gritaba de emoción, carente de la más mínima empatía, cauterizada ante el dolor y la violencia. Al final, un hombre grita: “Así se hace, pueblo”.

Ya antes me parecía, pero ahora mucho más, que esa idea de que el pueblo es sabio no solamente es estúpida, sino también peligrosa. Si ya de por sí el pueblo, como concepto, es inexistente, mucho más lo es la idea de su supuesta sabiduría. En el pueblo (que para mí son todas las personas que habitan un país o región) hay personas sabias y personas estúpidas, pero lo son en lo individual.

Aceptando la palabra pueblo como descriptiva de una población, ¿es con este pueblo bárbaro e inculto, con el que queremos construir un país civilizado? Si usted lo ve con detenimiento, ese linchamiento es una alegoría de la situación general del país.

Hace unas semanas, Rictus publicó en El Financiero una caricatura que tituló “Nuevo deporte nacional” en la que todos contra todos se daban con todo y proferían insultos por cualquier diferencia de opinión.

Haga el experimento y dígale a cualquier líder alguna cosa que suene a crítica, y verá las reacciones de los adoradores de ese líder. Los que lo lincharan verbalmente (y solamente es verbal el linchamiento porque no lo tendrán cerca) lo insultarán de todas las maneras posibles (y si usted ha escrito algún libro, quizá llamen a quemarlo en medio de un espectáculo público), sin importar que esas rústicas personas tengan licenciaturas, ingenierías, maestrías o doctorados… En la masa, las individualidades tienden a igualarse con el todo hacia abajo.

Hasta el más firme espíritu liberal se ve zarandeado por las dudas al preguntarse si estará bien que los destinos de un país sean decididos por ese pueblo, compuesto de personas que al masificarse sacan lo peor de sí mismo, hasta llegar a la monstruosidad que vemos todos los días a nuestro alrededor. Y más preocupación genera que los representantes de ese pueblo, con tal de quedar bien, defiendan eso que ellos llaman la democracia directa. La democracia liberal es muy imperfecta, pero sus diques atenúan el espíritu de horda que late en el corazón del pueblo… Prepárense los espíritus libertarios y librepensadores porque esa horda será, como las hordas de Trump en los Estados Unidos, la que decida los destinos de la patria.

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