De los resientes intentos, el más famoso fue el Francis Fucuyama, que quiso ponerle fin a la historia. Han estado en ese intento Stalin, que quiso borrar al trotskismo de la historia (y no es que Trotsky sea muy famoso, pero su lugar en la historia está garantizado); luego Hitler quiso borrar a los judíos, y no nada más de la historia, sino físicamente; con la caída del muro de Berlín empezó el intento de borrar a Marx de la historia, pero el científico alemán, creador del comunismo científico, junto con Engels, ha mostrado más resistencia de la que Fucuyama se imaginaba; bueno, el mismo Marx propuso un tipo de punto final al predecir que terminaría la lucha de clases; y el más longevo de todos los intentos de borrar algo ha sido el de mandar al capitalismo al basurero de la historia. Lo que une a todos estos intentos es que han fracasado, han resultado ser puros chispazos de imaginación sin éxito ni futuro.
Aquí en México tenemos nuestros propios intentos, pero el más reciente es el de hace unos días en el que el Presidente Andrés Manuel López Obrador decretó el fin del neoliberalismo.
Para este presidente, no muy leído, pero sí muy enjundioso, el neoliberalismo es una pesadilla. Por eso, dijo, “Quedan abolidos el modelo neoliberal y su política de pillaje antipopular y entreguista”.
Nada más para recalcar, para el presidente el modelo que creó las bases de la democracia representativa que permitió que él llegara al poder (y a cuyo desarrollo contribuyó más, históricamente, el PAN que sus aliados, pero nadie sabe para quién trabaja), es sinónimo de pillaje, de políticas antipopulares y de entreguismo.
Que esto sea falso, que el presidente no haya leído (eso parece) ni una sola línea sobre las corrientes éticas que proponen el mejoramiento de la sociedad, no importa. Lo importante es que él ya encontró una consigna, como lo receta Gustave Le Bon a todo político que quiere dominar a las masas, y la ha ofrecido como sucedáneo de razonamiento y bandera de acción.
Esto tiene que ser así porque todo dogma necesita un enemigo para existir. Qué sería de Dios sin el diablo; qué sería del bien sin el mal, del placer sin el dolor… Los políticos demagogos tienen muchos enemigos de donde echar mano. Ahí están el imperialismo, capitalismo, el comunismo, el socialismo, la clase obrera, la burguesía, los judíos, los negros, los chinos, los mexicanos, la mafia del poder y el neoliberalismo.
El asunto, sin embargo, tiene truco. Porque el presidente sabe bien (de eso estoy seguro) que el neoliberalismo no es lo que él les dice a sus huestes que es. Pero le interesa que la gente crea que es rapiña, pillaje y entreguismo para eliminar todo aquello que él califica de ese modo o que es evidentemente una rapiña, un pillaje o un entreguismo.
Pero hay cosas que son muy neoliberales, pero que el presidente aprecia y que no sólo no cambiará, sino que reforzará. La inversión extranjera y el libre comercio son el corazón del neoliberalismo, pero son indispensables para el desarrollo debido a la globalización, que no es cosa en la que un país pueda decidir participar o no (es como si detestáramos el movimiento de traslación de la tierra).
El periódico La Jornada, en un destello de intuición, se pregunta en La Rayuela (su frase editorial de todos los días): “¿Y qué tal si los mercados, los grandes capitales y las calificadoras (varios nombres para una realidad) decretan que el neoliberalismo sigue?”.
Hay otros ejemplos que muestran un perfil neoliberal del presidente: la autonomía el Banco de México, la entrega de dinero público directamente a las personas (como en el caso del cuidado de los niños) y el presupuesto con prácticamente cero déficit y cero endeudamiento.
Usted recordará el consenso de Washington, un listado de recetas para los gobiernos neoliberales. El Fondo Monetario Internacional siempre condicionaba a los países para obtener préstamos. La condición era justamente que el presupuesto fuera sobrio y ordenado. Pues bueno, el presupuesto de egresos del 2019 ha sido calificado justamente como sobrio y ordenado.
El truco está justamente en la definición. Si al presidente no le gusta algo dirá que es neoliberal, que es parte de la rapiña y el pillaje y listo. Si algo del neoliberalismo le parece imprescindible, como los ejemplos mostrados, simplemente se dejarán fuera de ese discurso encendido y el presidente podrá echar mano de esas medidas neoliberales sin el que el pueblo se entere. Ya sabemos que el pueblo es sabio, pero tiene sus límites.
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