Acaba de decir el Presidente que “si los periodistas se dedican todos los días a cuestionar (porque hay una línea editorial en contra nuestra del Director del medio de comunicación) pues tenemos el derecho de réplica y decir que la prensa fifí y conservadora nos está atacando”.

En la normalidad democrática (que no tenemos), no sería necesario hacer ninguna aclaración al respecto. Pero ni modo, hay que hacerlo nada más para que no quede duda.

Yo soy director de este proyecto de comunicación que está en los márgenes de los márgenes: aparte de que operamos en las comunidades yaquis, no nos lee casi nadie, pero de todas maneras no le he dado instrucciones a ninguno de los que aquí colaboramos para que diga las cosas en un sentido u otro. Cada quien dice lo que le da la gana decir, cada quien escribe o retrata lo que quiere y cómo quiere.

Está equivocado el Presidente no sólo en su percepción de la crítica (para él, si se le critica eras fifí y conservador; si lo apoyas, eres del pueblo bueno), sino por lo que él cree que es su derecho de réplica. No es lo mismo la palabra presidencial que la palabra de un ciudadano cualquiera, por mucho poder que tenga el ciudadano.

En ese sentido, el Presidente, primero, está haciendo un uso patrimonial del Estado (como si fuera de él) para atacar a sus críticos, a sus opositores o a todos aquellos que no le simpatizan, y segundo, no sólo usa un bien público (el Estado) para fines privados o grupales, sino que desperdicia un bien muy valioso: el tiempo, y se dedica a ajustar cuentas en lugar de ponerse a gobernar un país, como México, donde se ha enseñoreado las fallas del Estado de Derecho, la impunidad, la corrupción, la delincuencia, la inseguridad, la pobreza, la desigualdad y el abandono de la infancia.

Nada de eso lo creó el Presidente, pero lo elegimos porque prometió arreglarlo.

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