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Mes: junio 2019

COMBATIR EL DOGMATISMO Y VER AL FUTURO

El autor de la magistral novela titulada La Guerra de Galio resume para nosotros (https://bit.ly/2xmnciU) lo sustancial del largo (22 páginas) y divertido ensayo de Bertrand Russell sobre la basura intelectual (An outline of intelectual rubish) escrito en 1943. En ese ensayo hay cuatro reglas que todos podríamos practicar y, si así lo hiciéramos, tendríamos una mejor discusión pública sobre los temas sociales que nunca, pero nunca jamás, admiten una sola interpretación.

Regla número uno. Si te enoja una opinión contraria a la tuya, quizá es porque no tienes buenas razones para pensar lo que piensas. Ponte en alerta antidogmática cuando te enoje una diferencia de opinión. Es probable que tu punto de vista va más allá de los hechos que la sustentan.

Yo agregaría a esta regla, lo siguiente. Si el contraste es fuerte, dale al otro el beneficio de la duda. Si la opinión del otro es evidentemente producto de la ignorancia, dale al otro la misericordia de la tolerancia.

Regla número 2. Una forma práctica de medir el tamaño de tu dogmatismo es frecuentar círculos, o leer textos, de gente que piensa lo contrario que tú. Si la gente (o el texto) que piensa distinto te parece “perversa, mala o loca”, probablemente tú les pareces lo mismo. A eso sigue una fórmula axiomática: las opiniones encontradas de ambos pueden ser ciertas alguna vez, pero no pueden estar equivocadas siempre.

Regla número tres. Ojo con las opiniones que halagan tu autoestima porque esa es la mayor debilidad humana frente al conocimiento, empezando por el hecho de que los humanos se sienten el centro del universo.

A esta regla yo la complementaría con una observación. François de la Rochefoucauld (1613-1680) dijo que nadie puede resistirse al elogio, que si se quiere dominar a alguien, elógielo.

Cuarta regla. Mantente alerta a los miedos que se esconden tras tus opiniones. Las opiniones, como la magia, son creencias construidas para combatir algún tipo de miedo, a su vez una forma de ignorancia ante los propios riesgos, por la propia debilidad y por las fortalezas de otros.

Estas cuatro sencillas reglas (beneficio de la duda y tolerancia, lee y escucha a los contrarios, resistencia el elogio y husmear los propios miedos), son de una extrema actualidad dado el estado del debate que estremece a la república. Los extremos (apoyadores y críticos incondicionales) son poderosos. Unos porque tienen el poder como lo tenía el priismo profundo; otros, porque tienen dinero y recursos sobrados.

Dándole un matiz empírico a las cuatro reglas, el gobierno del Presidente López Obrador (y los poderes acaparados por Morena y los amigos del presidente) no tiene ni toda la razón ni está completamente equivocado.

La virtud está en la esperanza de que se reconstruya a la república de raíz (estado de derecho, fin de la impunidad y la corrupción, una economía dinámica y autosustentable y el fin de la pobreza y la desigualdad). Todavía no se ha hecho nada en realidad, pero seis meses de gobierno es poco tiempo para mostrar cambios de la profundidad que esperamos.

Los errores son muchos y cotidianos. Las decisiones atrabancadas; la democracia de la mano alzada, a lo que con cinismo se le llama democracia; el ataque a los órganos autónomos del Estado; las mañaneras como liturgia religiosa que erosiona al Estado laico; el juego que se le ha dado a las iglesias; comparar a los pobres con mascotas; el subejercicio de 140 mil millones de pesos (ahorros le llaman ellos), sobre todo del sector salud (lo que recrudece el desamparo de millones de enfermos pobres) y, después de una larguísima lista de desatinos e insensateces, la polarización de la república separando a la sociedad mexicana en pueblo bueno y traidores, progresistas y conservadores, en chairos y fifís.

Me abstengo de clasificar el sometimiento migratorio ante los Estados Unidos como éxito o error porque tienen razón los que aplauden que se evitó un enfrentamiento muy desigual en que seguramente saldríamos perdiendo; pero también tienen razón los que dicen que ese éxito tuvo como costo la humillación nacional ante el cretino presidente Trump.

También dejo por fuera ese tópico porque para evitar otras humillaciones es necesario diseñar un proyecto nacional de largo plazo que lleve a la república a la Nueva Independencia.

A seis meses del nuevo gobierno todavía no sabemos para dónde va la república. En ese marco, el debate responsable (sin los elogios ridículos y los ataques extremos) será ingrediente central para definir un rumbo que haga probable la meta de una nación republicana, pacífica, progresista, generosa y de ciudadanos libres.

 

Tórim y el río

Los migrantes y el odio

Hasta donde alcanzo a ver, hay dos tipos de odio: el justificado y el instintivo. El justificado se adereza contra personas que se lo merecen, como los pederastas (sobre todo los curas), los maltratadores de mujeres y niños. Yo, por ejemplo, puedo odiar con facilidad y sin remordimiento a Donald Trump y al padrote Maciel (fundador de los Legionarios de Cristo), a los explotadores y a los que destruyen el medio ambiente.

El odio instintivo es aquel que se dirige a algunas personas o grupos humanos sin más motivo que esa necesidad malsana de odiar a alguien. Este tipo de odio lo acumulan ricos y pobres (y regulares que de algún modo se hacen la fantasía de que son diferentes), inteligentes y cretinos, analfabetas y (aunque usted no lo crea) estudiados, sobre todo si sus “estudios” no le dan más que (y si acaso) para el estrecho ámbito de su especialidad. Sentido ese odio sin fundamento racional, esa gente tiene necesidad de “drenarlo” en contra de su grupo humano preferido …

Digo esto porque, en medio del desatino del gobierno mexicano y del abuso del de los Estados Unidos, veo ahora que se ha recrudecido el odio contra los migrantes. Y lo peor de todo es que siempre sacan “evidencias” para “demostrar” sus lamentables opiniones. Yo no diré que todos los migrantes son buenas personas o que son malas personas. Si lo dijera no estaría honrando los muchos esfuerzos que me ha costado la formación académica que tengo. Si esas personas conocieran los rudimentos al menos de la teoría de la probabilidad, se detendrían un instante a meditar sobre lo que van a decir y que tan mal los hace quedar. Cultos e incultos (aunque más bien en este campo tienden más a lo segundo que a lo primero) emiten opiniones que no se distinguen de las del típico red neck gringo.

Los migrantes son personas que merecen nuestra solidaridad, o por lo menos nuestra empatía, porque 1) tuvieron que abandonar el lugar donde nacieron, lo cual casi siempre es una tragedia; 2) son los pobres entre los pobres; 3) andan peregrinando por el mundo sin saber si algún día alcanzaran sus sueños, cualquiera que sea, o si dejaran la vida de ellos o de sus seres queridos en la travesía; 4) un enorme porcentaje de familias mexicanas tenemos un migrante en los Estados Unidos y, sabiendo cuál es la situación allá, no nos gustaría que cualquier pendejo los ninguneara, y 5) simplemente para honrar nuestra humanidad.

Sobre el convenio

Habríamos despertado en condición crítica. De haberse impuesto la amenaza del presidente Trump, el país estaría cayendo por la cascada del pánico. A las malas decisiones internas y a los preocupantes reportes que han llegado de todos lados, se habrían agregado esta mañana las hostilidades comerciales. Se habría activado un descrédito feroz e ingobernable. El escenario de lo inmediato habría cambiado de color. Los cautelosos no tendrían más remedio que volverse pesimistas, los pesimistas se volverían catastróficos. Por supuesto, los dogmáticos de ambos extremos seguirían fijos, cómodamente, en sus expectativas. Por eso puede decirse que se evitó el mal mayor. En condiciones en extremo complejas, se logró un acuerdo.

Vale reconocer el asomo en este capítulo de un Presidente pragmático y disciplinado. López Obrador lo fue, sin duda, en esta negociación. No se salió del libreto que se impuso, dio espacio amplísimo a los negociadores, no antagonizó con bravatas. Frente a Estados Unidos ha sido un Presidente moderado, dispuesto a escuchar y empeñado en conjurar cualquier conflicto. Sabe lo que importa la relación y la maneja con delicadeza extrema. Se deja entrever, así, un Presidente que, al reconocer los límites de su propia voluntad, podría cultivar un nuevo sentido de responsabilidad. Independientemente de los méritos del acuerdo obtenido, me parece importante registrar ese brote de cautela y orden porque puede ser una enseñanza para encarar las crisis que se avecinan.

El acuerdo firmado en Washington es caro para México. Es la proclamación oficial del patio trasero. México será la sala de espera de quienes buscan asilo en Estados Unidos. Quienes lo intenten serán retornados a México “sin demora”. Y aquí deberán esperar. Frente a este compromiso, lo que México gana es blablá. Logramos insertar una alusión a la “fraternidad universal” en el texto del convenio. Estados Unidos dice que cooperará para que México y Centroamérica sean zonas de prosperidad, pero, desde luego, no se obliga ni a un centavo. Algunos dirán que no solamente es un acuerdo caro sino indigno, un convenio que convierte al País en el muro de Trump, que pone al Estado mexicano al servicio de la política migratoria de Estados Unidos. Así lo promoverá seguramente el candidato Trump, festinando su victoria sobre los mexicanos. Otros dirán que el realismo y la responsabilidad obligaban a pagar cualquier precio. Dirán que, ante la amenaza de una guerra comercial, no hay lugar para pudores nacionalistas o decoros humanitarios.

El mayor problema del acuerdo es que es incumplible. Si hoy sirve al gobierno mexicano para celebrar la operación diplomática que evitó el apocalipsis, mañana será convertido por Trump en látigo para la intimidación mañanera. El convenio es, en realidad, un dulce para la retórica trumpiana. Un documento tan impreciso que permitirá en cualquier momento reanimar la amenaza. Sin definiciones, sin compromisos concretos, sin instrumentos de medición no puede ser considerada como una herramienta confiable de cooperación. El documento que firmó el canciller Ebrard es, sin duda, un respiro. También es un instrumento que prolonga la extorsión y que, tal vez, haga más caro el siguiente episodio. ¿Qué significa incrementar “significativamente” un esfuerzo de aplicación de nuestra ley migratoria? A eso se ató México. Para decirlo técnicamente, nos comprometimos formalmente a echarle ganas. La interpretación del convenio cuelga de los humores del presidente Trump, ese hombre al que López Obrador ha llamado “visionario”. Y aunque el pueblo norteamericano, como decía el Presidente en algún sermón reciente, sea noble por haber sido fundado sobre valores cristianos, dudo que alguien pueda creer en la buena fe del demagogo de la Casa Blanca. Cuando le dé la gana, el candidato Trump gritará traición. Cuando sirva a sus intereses, cuando le permita distraer la atención de la opinión pública, acusará a México de burlarse de ellos. La amenaza sigue aquí. No ha pasado una semana y el Secretario del Tesoro ya lanzó la advertencia: si México no se porta bien, impondremos aranceles. La pregunta no es si se denunciará el incumplimiento de México, sino cuándo hará Trump esa denuncia. Y qué estaremos dispuestos a darle.

¿LA DIGNIDAD O LA PENURIA?

Tenía la esperanza de que en el mitin de Tijuana (sábado 8 de junio del 2019) el Presidente Andrés Manuel López Obrador le volteara la tortilla a Donald Trump y le dijera lo que dice el poeta cubano Carlos Puebla: “No somos intransigentes ni nos negamos a hablar, pero aceptan nuestros puntos o no hay nada qué tratar”.

Tenía la esperanza de que México no aceptara la humillante misión de ser Tercer País Seguro, es decir, dicho en lenguaje llano, ser el patio trasero de los Estados Unidos, ahora sí de manera oficial.

Hubiera preferido que el gobierno de México anunciara en Tijuana que nuestro país tomaría las siguientes medidas:

  1. Que se impondrán aranceles a las importaciones de allá y que los montos estarán en función de la situación estratégica de cada bien en términos regionales, elasticidad de la demanda e importancia comercial.
  2. Que no se aceptará el estatus de Tercer País Seguro.
  3. Que no impediremos el tránsito ordenado de personas de Centroamérica a los Estados Unidos.
  4. Que México solicitará verificación de nacionalidad mexicana para admitir personas retornadas a México desde los Estados Unidos.
  5. Que suspenderemos la lucha antidrogas y que los Estados Unidos, si quieren (y lo pueden hacer) sellen sus fronteras a las drogas. Eso implica poner en sustento los acuerdos al respecto y las comisiones respectivas.
  6. Que México sellará sus fronteras al tráfico de armas.
  7. Que los demás tratados (aguas internacionales, fitosanitarios, intercambio cultural, epidemiológicos…) se podrán suspender según la evolución de los acontecimientos.

Hubiera preferido los aranceles, aunque los sufriéramos ambos pueblos; hubiera preferido la carestía, el estancamiento económico y mayor pobreza porque, no lo dude usted, ceder nos llevará a una permanente exigencia de los Estados Unidos en todos los órdenes.

Con ese acuerdo nos hemos alejado de la Verdadera Independencia. Ahora tendremos que cargar con la humillación de habernos doblado ante la infinita imbecilidad emocional de Trump, su escaso espíritu como persona, como ser humano. ¿Ahora quién nos respetará en el mundo y cómo incluso nos respetaremos nosotros mismos?

La Economía de la otra independencia

En una opinión reciente (https://bit.ly/2ZaxsqE), dije que si los estados Unidos nos imponen un arancel, “México debe imponer uno peor a los Estados Unidos, sobre todo a los productos que son columna vertebral de regiones con voto mayoritario por el energúmeno (es decir, Trump). En última instancia, la disyuntiva es esta: seguimos aguantando los golpes al ego nacional o prescindimos de la relación comercial con ese país. La decisión no es nada fácil, pero ni los Estados Unidos son el único país en el mundo ni nos vamos a morir sin sus productos”.

Analicemos las dimensiones de ese camino. Es cierto que nadie ni nada es imprescindible en esta vida. Donald Trump acaba de decir que ellos no necesitan a México; que México los necesita a ellos. Pongamos esa opinión en perspectiva.

Las exportaciones mexicanas a los Estados Unidos son por un monto de 307 mil millones de dólares al año (2018). Para nosotros, ese monto representa el 73% de todas nuestras ventas al mundo. Para los Estados Unidos, en cambio, es tan sólo el 15% de lo que le compran al mundo.

En contrapartida, nuestras importaciones de USA son del orden de los 181 mil millones de dólares. Eso significa el 51% de todo lo que compramos en el exterior, pero solamente el 14% de lo que USA vende (y eso que somos su principal comprador).

Esos solos datos del Observatory of Economic Complexity (https://atlas.media.mit.edu/en/) muestran la asimetría de la relación comercial y la dependencia económica de México a pesar de que tenemos con USA un superávit del orden de los 126 mil millones de dólares: les vendemos más de lo que les compramos, aunque eso representa solamente el 13.8% del déficit que ellos tienen con el resto del mundo. Y aunque parezca increíble, el superávit que tenemos con USA es el 200% del que tenemos con el resto del mundo (con ellos tenemos superávit, pero con otros tenemos déficit).

Si consideramos el ingreso per cápita (el ingreso promedio) de los Estados Unidos (59,530 dólares al año), se podría decir que unos tres millones de personas viven de venderle a México. No es poco, porque esos productores tienen familias y contratan a muchos trabajadores.

Si hacemos lo mismo en México, donde el ingreso promedio (ajustado por la paridad del poder de compra) es de 18,300 dólares al año, entonces más de 16 millones de personas vivirían de venderle a aquel país. Este tópico está alineado con la asimetría que nos desfavorece en esa relación.

En un apretado resumen, ellos significan más del 50% de nuestra economía, pero nosotros representamos solamente al rededor del 14% de sus actividades económicas.

Un arancel (que es un impuesto a las importaciones) es un instrumento de política económica que se usa para tratar de encarecer las compras al extranjero para que los consumidores locales incremente su consumo de bienes nacionales. (A veces se usa también con fines recaudatorios). Eso significa que si los USA ponen un impuesto a las importaciones mexicanas, quienes pagarán el incremento de precios son los consumidores de aquel país. Otra consecuencia del arancel es que los consumidores de allá van a reducir su consumo de productos de acá. Como México debe responder de una manera similar, el resultado general de esa guerra comercial será precios más altos aquí y allá y demanda insuficiente para los productos de ambos lados. Las consecuencias son evidentes: todos pierden.

Desde luego que los bienes que se venden en los USA son, unos de demanda elástica y, otros, inelástica, la Secretaría de Economía deberá tener un catálogo de esos bienes por regiones y elasticidades. La elasticidad de la demanda significa qué tanto reacciona la demanda en términos relativos ante un cambio proporcional del precio del bien (ambos se mueven en sentido contrario). Así que se deben poner aranceles, primero, a los bienes inelásticos, es decir, aquellos que, aunque el precio cambie, se siguen consumiendo casi en la misma magnitud. Eso solamente hace que las acciones de México sean más contundentes, pero a la larga no disminuye el costo que tendríamos que pagar por nuestra nueva independencia.

¿Qué tan dispuestos estamos a romper con la dependencia respecto a los Estados Unidos? El costo será muy alto, pero la dignidad herida puede ser acicate para que volteemos hacia el mercado interno y hacia la diversificación de nuestro comercio internacional.

La otra Independencia

A veces me pregunto por qué las autoridades no hacen esto o aquello, sobre todo si las cosas parecen evidentes. La razón debe estar, seguramente, en que no tengo ni la menor idea de lo que significa gobernar. Como México tiene una riqueza incalculable de dichos y refranes, hay uno para esto: “Ver los toros desde la barrera”. Este refrán se refiere, según la RAE, a “presenciar algo o tratar de ello sin correr el peligro a que se exponen quienes en ello intervienen”.

Aclarado el punto, diré que en relación a las amenazas a México por parte de Donald Trump, a mí me parece que las opciones son pocas y difíciles de tomar (romper con la inercia siempre ha sido dificultoso), pero muy claras.

Primera, si se nos impone un arancel, México debe imponer uno peor a los Estados Unidos, sobre todo a los productos que son columna vertebral de regiones con voto mayoritario por el energúmeno. En última instancia, la disyuntiva es esta: seguimos aguantando los golpes al ego nacional o prescindimos de la relación comercial con ese país. La decisión no es nada fácil, pero ni los Estados Unidos son el único país en el mundo ni nos vamos a morir sin sus productos.

Segunda, si quieren parar el tráfico de drogas a su país, que cuiden ellos sus fronteras. Es sabido que los miles de toneladas de droga que entran a ese país, no se difuminan al pasar la frontera. Va visiblemente en contenedores, carros, aviones y barcos que oficiales de aquel país dejan pasar. Su distribución en el territorio de allá no se puede hacer sin que se vea. Por tanto, alguna complicidad de las autoridades debe haber. Ellos podrían ponerle un alto a ese tráfico de la noche a la mañana… si quisieran.

Tercera, si quieren detener el flujo de migrantes, que cuiden sus puntos de entrada y que, si acaso se les cuelan, que vean qué hacen mientras resuelven el problema. México debe exigir verificación de la nacionalidad mexicana de los retornados. Además, no se debe aceptar de ningún modo el status de “Tercer País Seguro”: si la ley los obliga a seguir un proceso para otorgar asilo, que los migrantes esperen allá y no acá.

Cuarta, si México quiere cuidar el flujo de armas al país de allá para acá, que México cuide sus fronteras. Querer que los Estados Unidos paren ese flujo es tanto como que los Estados Unidos quieran que México detenga las drogas y los migrantes. Es como querer responsabilizar al vecino porque no detiene que entre alguien a nuestra casa.

Quinta, México tiene suscritos decenas de convenios de colaboración con los Estados Unidos: terrorismo, narcotráfico, aguas, mecanismos sanitarios, etc. En la medida en que el presidente de los Estados Unidos endurezca su tono (cosa que hará en los momentos clave de su intento de relección), México debería suspender provisionalmente (o definitivamente) alguno de ellos como mensaje de que no nos quedaremos con los brazos cruzados. Las negociaciones, tal y como se están llevando a cabo en Washington, muestran, más que carácter, sometimiento, sumisión ante un individuo que no sabe otra cosa que abusar del poder que tiene.

Lo mejor es agregar a las prioridades nacionales la reducción de la dependencia con los Estados Unidos. Junto a los dos asuntos principales: estado de derecho (fin de la corrupción, de la impunidad, de la violencia, del crimen y de la podredumbre del sistema de justicia) y fin de la pobreza, debemos construir la real independencia de México…

Devastación institucional

Escribo para hacer eco del artículo de José Antonio Aguilar Rivera publicado en la revista Nexos de este mes. Es una denuncia, más triste que rabiosa, de la agresión que sufre una ejemplar institución pública de educación superior. El Centro de Investigación y Docencia Económicas ha sido, sin duda, uno de los espacios académicos en ciencias sociales más valiosos del país. Una escuela que ha formado generaciones brillantes de politólogos, internacionalistas, economistas y abogados. Una institución que ha tenido el tino de atraer a los mejores académicos en estas ramas. Un centro universitario que se ha convertido en un foro de discusiones rigurosas y socialmente pertinentes. Un espacio público discreto que ha hecho enormes aportaciones a la comprensión de nuestra realidad, sin dejar de ofrecer alternativas para el cambio. Bajo ningún concepto puede decirse que es una institución monocolor. Sería absurdo tildarla de neoliberal. Su planta de profesores, sus publicaciones, sus actividades académicas dan cuenta de la diversidad de enfoques, perspectivas y orientaciones. Ideológicamente diverso, lo que lo ha cohesionado es su rigor académico. Una escuela exigente con sus alumnos y sus profesores que, al mismo tiempo, ha sido innovadora en sus criterios de inclusión. Un ejemplo para las instituciones de educación superior en el país.

Era también una muestra exitosa de la vieja y admirable vocación cultural del Estado mexicano. No un órgano del adoctrinamiento, sino escuela con vocación de contemporaneidad que apuesta para México por una educación rigurosa, abierta a la pluralidad y decidida a la inclusión. “Por años”, dice Aguilar Rivera, “(el CIDE) había sido la envidia de propios y extraños, que veían en él una muestra de lo que una institución pública podía ser si contaba con la voluntad del Estado. Es un inusual caso de éxito de lo público”. Su facultad, sus egresados, sus publicaciones, sus foros son muestra de ello. El hostigamiento presupuestario puede ser el golpe de muerte de esta valiosa institución educativa. No podrán emprenderse los proyectos que, en estos últimos años, lo colocaron en el centro del debate público. No podrá ofrecer una educación de calidad a los jóvenes que, de todas partes del país, llegan ahí para tener una oportunidad que difícilmente podrían encontrar en otro lado. Será incapaz de atraer a los profesores con ideas frescas que se forman en las mejores instituciones del mundo. Dejará escapar a sus investigadores, perderá el talento que lo ha hecho brillar.

La agonía del CIDE no es, por supuesto, un caso aislado. Es muestra de una amplia devastación institucional que está golpeando con especial severidad a la ciencia, a los servicios médicos y a la cultura. Más de tres mil investigadores de los Centros Públicos de Investigación han advertido las consecuencias de las crueles y absurdas medidas de austeridad del gobierno federal. Un investigador necesitará la autorización ¡del presidente de la República! para asistir a un congreso académico que se celebre en el extranjero. De acuerdo a una orden del CONACYT, estará prohibido cargar los celulares en los centros de trabajo y usar cafeteras eléctricas. Desde luego, nada de aire acondicionado, aunque se trabaje en Veracruz. Según se advierte en la carta de los científicos de las más diversas especialidades, antes del fin de año pueden colapsarse un número importante de estos centros de investigación dedicados al estudio de enfermedades, a la mitigación de los efectos del cambio climático, a la generación de energías limpias. El impacto no se ha hecho esperar. El doctor José Sarukhán decía en una entrevista radiofónica reciente que la CONABIO, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, reportaba los incendios en el país desde 1998, pero hace un mes llegaron los recortes. La CONABIO perdió el internet de alta velocidad. Estamos perdiendo ojos.

Regreso al texto de Aguilar Rivera de Nexos. Lo que el país pierde con el abandono y el hostigamiento de las instituciones académicas y científicas es enorme. Las secuelas serán terribles y duraderas. “Las instituciones públicas son frágiles. Son árboles sujetos a los azares de los incendios y las sequías, a los vaivenes e inconstancias de la política. Un árbol centenario puede ser talado en minutos”.

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