Aprovecho el 209 aniversario de la Independencia Nacional para proponer la necesidad de emprender un proceso (largo y sinuoso) para lograr una nueva y definitiva independencia de México. Desde siempre, la relación con los Estados Unidos ha sido de humillación, despojo e insulto, pero ahora es peor porque en la presidencia de aquel país está Donald Trump, un individuo abusivo, agresivo, agreste, antiestético, antipático, arbitrario, autócrata, belicoso, bravucón, bronco, brusco, bufón, Calígula, camorrista, canalla, charlatán, chiflado, colérico, corriente, cretino, delirante, demente, deplorable, desagradable, desastre para el mundo, descortés, desequilibrado, deshonesto, despótico, despreciable, desquiciado, dictador en potencia, discriminatorio, ególatra, embustero, enajenado, enfermo, engañoso, estafador, fascista, falaz, fanático, fanfarrón, grotesco, hipócrita, hostil, idiota, ignorante, imbécil, impulsivo, inculto, infeliz, injusto, inmoral, insociable, insolente, intolerante, intransigente, intratable, inurbano, jactancioso, loco, macho, majadero, mal vecino, maniático, manipulador, maquiavélico, mentiroso, miserable, misógino, narcisista, necio, nefasto, neurótico, ofensivo, orate, ordinario, paranoico, patán, payaso, pedestre, pendenciero, perturbado, petulante, pretencioso, provocador, sicópata, racista, repelente, repulsivo, ridículo, rudo, sexista, sociópata, soez, testarudo, tirano, tramposo, vanidoso, violento, vulgar, xenófobo, zafio, zopenco… y, además, feo (David Herrerías Guerra, Milenio, 2 de febrero de 2017: https://bit.ly/2FO9p8Q).
Ahora, la potencia del norte ha puesto a México, quizá no legalmente, pero sí en los hechos, en el papel de “tercer país seguro”, como eufemísticamente se le llama a convertir a un país en el gendarme migratorio de otro. Ahora es México el que protege las fronteras de los Estados Unidos… o se atiene a las consecuencias. La respuesta de México ha sido, si no es que cobarde, por lo menos tímida.
Pero no culpemos al gobierno antes de analizar la tremenda dependencia, sobre todo económica, de México respecto de los Estados Unidos. Hay un dicho mexicano que dice que no se deben poner todos los huevos en la misma canasta, pero justamente esto es lo que ha hecho México a lo largo de los años.
El intercambio comercial entre los dos países es por 900,000 millones de dólares al año (unos 2,500 millones de dólares diarios). A eso habría que añadir los intercambios culturales y diplomáticos, las becas a estudiantes, la migración, las acciones conjuntas, las transferencias de los migrantes y el empleo de los mexicanos en aquel país. Esos números equivalen a casi el 80% de las exportaciones de México y al 51% de las importaciones.
La amenaza del arancel de 5% equivale, por tanto, a un costo de más de 17 mil millones de dólares, que representan un 1.5 por ciento del PIB de México.
La imposición de aranceles no afectaría solamente a México. Incluso, muchos especialistas aconsejaban al gobierno de México que dejara que Trump pusiera los aranceles para que sufriera él mismo las consecuencias. Una gran cantidad de personas de aquel país viven de lo que le venden y compran a México y cualquier medida punitiva los afecta también a ellos. En poco tiempo, Trump tendría en su propio país una ferte oposición a su política comercial hacia México.
Pero no toda la relación con los Estados Unidos es de dinero. México podría condicionar su participación en áreas estratégicas de cooperación binacional, como la lucha antiterrorista, antidrogas, el tráfico armas y de personas, cooperación financiera, intercambios transfronterizos de agua y electricidad. México podría suspender alguna o algunas de esas acciones al presentarse cada amenaza. Además, se puede dejar en manos de los Estados Unidos la comprobación de la ciudadanía mexicana de cada inmigrante indocumentado que quieran expulsar de su país, lo que atascaría sus aduanas.
Como ya lo han sugerido muchos analistas del área internacional, México podría usar sus consulados para hacer una intensa promoción del país allá y denunciar los actos abusivos de sus autoridades. Además, se podría hacer una alianza con el más de un millón de norteamericanos que viven en México para afrontar los insultos del presidente de aquel país.
La pregunta, ante este escenario, es: ¿Qué tendría que hacer México para superar esa dependencia de manera definitiva?
La idea básica sería, primero (aunque no necesariamente en ese orden), convertir a México en una país civilizado (no necesariamente rico) y, segundo, la diversificación del comercio mexicano.
La diversificación no es fácil porque tenemos una ventaja de localización sobre todos los demás países (a excepción de Canadá). Reconvertir las direcciones de los flujos de comercio tendría también un costo, pero a la larga los costos asociados (no necesariamente económicos) serían mucho menores.
La política de construir la civilización que no tenemos y recomposición de los flujos comerciales debe estar complementada con un proyecto de largo que implica las siguientes transformaciones:
Primero, reconstruir el estado de derecho para combatir en serio la impunidad, la corrupción y la violencia que asola al país y tener un marco jurídico-institucional para la impartición eficiente y honesta de justicia.
Segundo, estimular una economía dinámica, sustentable (que quiere decir respetuosa del medio ambiente) e innovadora. No se trata solamente de destinar todos los recursos posibles a la construcción y modernización de la infraestructura (puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, parques industriales), sino también de medidas legales y culturales como la regulación de las actividades productivas y comerciales, la protección a los derechos de propiedad y la eliminación o reducción de la gran mayoría de los requisitos para emprender negocios.
Tercero, impulsar una reforma fiscal integral que reduzca la tasa impositiva y el número de impuestos, que elimine exenciones y deducciones, que prevenga la evasión y la elusión fiscal y eleve la base gravable.
Cuarto, combatir en realidad la pobreza que, en México, depende en parte de la economía y en parte de la desigualdad. El proyecto tendría que generar medidas antipobreza estructurales y no el simple reparto de dinero que sí alivia la penuria de los que menos tienen, pero que conforma mercados de votos cautivos para el partido en el poder.
Quinto, impulsar una transformación de los aspectos negativos de la cultura mexicana como la falta de respeto a la legalidad, a las demás personas y al medio ambiente, la simulación y la desidia.
Se necesita, en resumen, de una nueva independencia que no se construiría de la noche a la mañana, pero en algún momento se debe de emprender.
¿Queremos ser independientes, dejar de ser humillados, construir un gran país y dejarles a las futuras generaciones una nación de la que se sientan orgullosas? Pues el pueblo mexicano tiene que empezar ahora, emprender cambios que serán muy difíciles y pagar los costos que tenemos que pagar. No hay otro camino.
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