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Mes: noviembre 2019

Feminicidio: el necesario radicalismo

Cifras conservadoras informan que en México se comenten mil feminicidios y 120 mil violaciones a mujeres al año. Es una tragedia de dimensiones catastróficas. Nuestras madres, esposas, hijas, nietas, nueras, hermanas, cuñadas y amigas están en peligro y como sociedad tenemos la obligación de defenderlas. Quizá los números han sido siempre estos, pero la diferencia ahora es que lo sabemos…

A pesar de que lo sabemos, la sociedad mexicana muestra una indiferencia escalofriante. En lugar de la incondicional solidaridad con las víctimas y la indignación a que ese crimen nos debe inducir, los pocos interesados estamos metidos en un debate estúpido y sin matices donde el interés de cada uno es mostrar que su punto de vista es mejor que el de los demás y que el de los otros es retrógrado en grado extremo.

Yo propongo medidas realmente radicales. La destrucción o daño de monumentos históricos me parece un radicalismo simulado. Cuando mucho, es un desahogo similar a un puñetazo en la pared. Propongo que mujeres y hombres solidarios (juntos, brazo con brazo) nos organicemos para bloquear de manera indefinida, el próximo 8 de marzo, las instituciones responsables de garantizar seguridad de las mujeres y de las niñas del país: establezcamos un cerco a Palacio Nacional, a las sedes de gobierno en los estados y a los municipios, a la suprema corte y las ramas del poder judicial en los estados, al Congreso de la Unión y a los congresos estatales.

Si pasado un tiempo perentorio las instituciones siguen sin cumplir con esa que es una de sus obligaciones básicas, empecemos a bloquear calles y avenidas de todas las ciudades; luego bloqueemos a las grandes empresas y que la cosa tope donde tope, que esperemos que sea en la protección y seguridad de todas las mujeres y niñas de nuestro país.

Se trata de una acción pacífica que paralice las sedes de los responsables de garantizar la seguridad. Si las mujeres y niñas no están seguras, que los gobernantes no puedan funcionar normalmente, que los empresarios no puedan producir ni vender, que los que circulan con indiferencia no puedan circular. Se necesita organización: quiénes van a bloquear, quienes van a cubrir necesidades de alimentación y agua, quienes van a recorrer las ciudades informando… Pero se tienen tres meses para organizar esta acción que es equivalente a una revolución y para que las autoridades piensen si quieren gobernar o se postularon nada más para devengar un sueldo.

No se trata de romper nada ni de golpear a nadie. Se trata de PARALIZAR AL PAÍS HASTA QUE LOS GOBERNANTES, LOS JUECES, LOS REPRESENTANTES Y LA SOCIEDAD CUMPLAN CON LA OBLIGACIÓN BÁSICA DE PROTEGER LA VIDA Y LA SEGURIDAD.

La inútil guerra contra las drogas

TIENE MUCHA RAZÓN EL PRESIDENTE cuando afirma que, en el asunto del crimen organizado, se trata de combatir las causas y no los efectos. El único problema es que las causas no son las que el presidente cree.

El presidente cree que las causas son la pobreza y la falta de oportunidades y cree también que la estrategia correcta es la de abrazos, no balazos. Pero eso es falso.

En México hay unos 50 millones de pobres mayores de 15 año, es decir, susceptibles de involucrarse en el narco, según la visión del presidente. Sin embargo, de acuerdo con la DEA, hay en el país unas 500 mil personas involucradas en ese ilícito negocio, entre jefes, operadores, transportistas, productores y sicarios. Parece que son más, pero la impresión se debe a la intensa rotación de personal: los miembros de ese pequeño grupo tienen una esperanza de vida extraordinariamente corta y, por tanto, el reclutamiento es muy intenso.

De ese total, no todos son pobres (incluso, hay ricos muy ricos allí), pero supongamos que todos lo sean. Entonces, solamente el 1% de los pobres estarían involucrados en el narcotráfico.

La estrategia correcta, sin derramamiento de sangre, es la legalización total (producción, trasporte y venta) de todas las drogas.

Según la CONADIC (Comisión Nacional contra las Adicciones) y la Secretaría de Salud, en México un 8% de personas han probado alguna droga alguna vez en su vida (no todos ellos son adictos). El porcentaje de personas con tendencia a la adicción es menor, pero a la larga tenderá a estabilizarse en el 10%, independientemente de si las drogas son legales o no.

La lucha contra el narcotráfico ha tenido un solo efecto: que el precio de las drogas ha crecido. La demanda no baja porque las drogas son bienes de demanda inelástica, es decir, que la demanda no baja (al contrario, se observa que sube) aunque los precios suban. Eso implica una sola cosa: que la guerra contra el narcotráfico solamente beneficia al negocio.

El gasto diario del gobierno mexicano en el combate al crimen organizado es aproximadamente de 300 millones de pesos [revise los Presupuestos de Egreso de la Federación de los últimos 10 años en los renglones respectivos dentro del Ejército, la Marina y las procuradurías (hoy fiscalías)].  Esos recursos se pueden gastar mejor en la prevención, rehabilitación, atención a la niñez y al combate a otros crímenes de alto impacto.

Sospecho que la legalización no avanza porque el crimen organizado, según diversas fuentes y cálculos, es un negocio que vale cerca de 350 mil millones de dólares en todo el mundo [véase Daniel Pontón (2013). La economía del narcotráfico y su dinámica en América Latina. Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Número 47, Quito. Flacso-Sede Ecuador. ISSN: 1390-1249. Ver también: Jeremy Haken (2011). Transnacional crime in the developing world. Global Financial Integrity  en http://tinyurl.com/Mkdbqos].  Se sabe que solamente en México ese negocio vale cerca de 50 mil millones de dólares. Con ese poder económico, que se traduce en político, se puede dudar que los jefes reales sean los Chapos, los Menchos, los Mayos, los Marros… Los verdaderos jefes seguramente están más arriba, en los muy altos circuitos político-financieros del mundo.

Creo, también, que la intención de los Estados Unidos de declarar como terrorismo al narcotráfico mexicano, debe ubicarse en ese contexto porque la medida, además de promover el intervencionismo gringo, aceitaría el negocio y y le daría un gran impulso.

Que el socialismo no sirvió para nada

Hace unos 26 años (allá en la Ciudad de México), mi compadre Bardomiano Galindo llevó a cabo una de esas purgas que uno le hace su librero de vez en cuando. Los libros de aquellas cuatro tablas sostenidas por ladrillos fueron sometidos a una especie de “juicios de Moscú”. Así, fueron sentenciados al destierro las obras de Marx (sólo dejó el manifiesto comunista y los manuscritos económico filosóficos de 1948), de Lenin, de Plejanov, de Bujarin, de Martov, de Althuser, de Lukacs (dejó la Dialéctica de la Concreto de Karel Kosik) y hasta las del renegado Kautsky colaron en la quema. Las de Stalin, hay que decirlo, jamás pudieron entrar en esa casa en cuya puerta se podía leer una pequeña etiqueta que anunciaba: “este hogar es trotskista”.

No sé por qué, pero hubo un autor que mereciendo los tiraderos de basura de Tulyehualco, tuvo un exilio que puede ser calificado de dorado. Se trataba de Kim Ill Sung, el por fortuna ahora muerto tirano norcoreano, fundador de toda una dinastía de dictadores peores que Pol Pot y Enver Hoxha juntos.

Una tarde a mi casa llegó mi compadre, muy sonriente como es él, con la nueva de que me traía un regalo. No me extrañó porque, generoso como es, mi compadre solía llegar con regalos con mucha frecuencia. Traía el regalo en una cajita de cartón que puso sobre la mesa. La abrí y tuve que fingir que era justamente el regalo que siempre soñé. Se trataba de las obras completas de Kim Ill Sung. Ojeamos juntos los libros ricamente empastados y vimos las ilustraciones: la cunita donde el niño Kim dormía de bebé, la nica donde meaba, la casita donde se crió, la butaca que usaba en la escuela, la pistola que usó en la revolución y la pluma con la que firmó su autonombramiento como presidente vitalicio, líder máximo, querido compañero, amado dirigente y adorado camarada.

Las obras completas de Kim Ill Sung habían sido regaladas a mi compadre en uno de los festivales internacionales de los pueblos organizados por el Partido Comunista. Cuando los coreanos regalaban esa colección en el extranjero –no la vendían, porque no había quien la comprara– lloraban fingiendo que te estaban dando una parte de su vida. Lo hacían así para evitar el riesgo de ser fusilados a su regreso a Corea, según le confesó un joven coreano a mi hermano Gerardo Valenzuela cuando fue anfitrión de esa delegación oriental.

Cuenta todavía Gerardo que los coreanos salieron del hotel, guiados por él, viendo para todos lados, admirados del dorado brillo del decadente capitalismo (cómo no, si iban por el Paseo de la Reforma), llegaron al Palacio de los Deportes (sede del festival) y de pronto los coreanos entraron en pánico: habían olvidado la gigantesca foto del adorado dirigente. Para Gerardo, que todo se le hace un polvo (como decía entonces Fernando, el Chango Ortiz), aquel era un detalle menor, pero los orientales se negaron incluso a entrar al stand si no entraba primero la foto del amado líder. Uno de los coreanos, el más joven, y Gerardo fueron comisionados para ir y regresar en taxi, fueron al hotel, recogieron la foto y, en dos horas, el mofletudo rostro del dictador estaba en una especie de altar, sonriéndoles a los visitantes.

Esa noche, habiéndose despedido mi compadre, sucedió un incidente que vino a revalorar el regalo. En medio del fragor de las actividades propias de una pareja de recién casados, una pata de la cama se quebró. Rápidamente, fui por la cajita con el regalo de mi compadre y satisfechos vimos cómo los cinco tomos ajustaron tan bien que la cama quedó firme y nivelada. Volvimos a la interrumpida actividad y reconocimos el buen servicio dado por ese producto editorial del socialismo real. Comprobamos la fortaleza de esa providencial prótesis y comentamos con alegría lo injusta que es la gente, sobre todo la de derecha, cuando asegura que las dictaduras comunistas no han hecho ningún bien al mundo…

 

¡Honorable Cantina de la Unión!

 

En diciembre del 2006, muchos de los que ahora gobiernan protagonizaron un vergonzoso zafarrancho en la Cámara de Diputados para protestar por un sonado fraude electoral. Entonces, los que gobernaban, les dijeron a los facinerosos que eran vándalos, violentos y mal educados… Pasan los años, los muchos años, y los que entonces gobernaban se embarcan en otro vergonzoso motín motivado por otro fraude, el de la elección de la presidencia de la CNDH, y los que gobiernan ahora, amotinados de antes, les dicen a los de ahora que son cobardes, vándalos y mal educados… Es decir, lo mismo. El zafarrancho del 2006 me llevó a escribir en El Imparcial, el 3 de diciembre de 2006, el artículo que aquí comparto. Los de ahora, son los mismos que los de antes y los de antes son los mismos que los de ahora.

El Eslabón perdido entre el hombre primitivo y el hombre civilizado, son los diputados. El lamentable espectáculo que dieron este primero de diciembre, nos coloca a años luz de ser una Nación civilizada. Lo que vimos es lo más alejado de una actitud republicana.

Hay mucho que lamentar: El descubrimiento de que esos señores y señoras pueden sorprendernos cada día con alguna bajeza más; el reforzamiento de las ideas negativas que el mundo pudiera tener de los mexicanos y la certeza de que pertenecemos, sin lugar a dudas, al Tercer Mundo.

Con lo del tercer mundo no me refiero al hecho de que seamos un País pobre. En última instancia, en la pobreza caben, como lo prueban los actos de millones de mexicanos, la honorabilidad y la dignidad. Me refiero a los actos reprobables.

El Congreso mexicano no es un ámbito en el que se ejerza la política (que quiere decir, pero los diputados lo ignoran, el arte de negociar para conciliar intereses encontrados), sino una cantina donde, además de golpes y mentadas de madre, hay cantos, payasadas, falta de educación, indecencia y todo aquello que deja salir el espíritu ínfimo de la vulgaridad.

Por desgracia no existe en nuestra Constitución ninguna base legal para la disolución del Congreso, pero debería de haberla. Que nuestros representantes nos hagan quedar ante el mundo como gente incapaz de arreglar sus diferencias por medios civilizados es, a todas luces, una traición a la patria y un desacato a la voluntad popular que (con tanta ceguera) los eligió para que legislaran, no para que actuaran como pandilleros. Aquí no importa quién empezó, sino cómo se comportaron.

Debería haber un mecanismo constitucional para disolver a un órgano del Estado que, teniendo la obligación de ser honorable, retuerce con su actitud los fines por los que existe.

No estoy proponiendo un golpe de Estado, pero dentro de los marcos de la democracia que estamos construyendo, deberíamos tener un mecanismo para defendernos de los llamados (con tal mal tino) representantes populares. Uno puede defenderse (teóricamente) de cualquier miembro del poder Ejecutivo e, incluso, de las decisiones del poder Judicial, pero no hay nada que nos defienda de los diputados. El fuero, para ellos, es sinónimo de impunidad.

La desgracia es que estamos ante un círculo vicioso. Una reforma así, sería como si los borrachos acordaran portarse con honorabilidad, con respeto y tolerancia o, de lo contrario, ser expulsados de la cantina.

La transición a la barbarie

Mientras el país se desgarra por la violencia, la clase política mexicana está (como siempre) alegremente montada en un vulgar sainete en el que todos fingen que les preocupa la nación con el único propósito de cubrir sus verdaderos intereses: el poder y sus privilegios. Lo que antes les parecía mal, ahora les parece bien o magnífico; lo que antes estaba bien, ahora es deleznable. El Presidente se dedica a perder el tiempo denostando a los opositores ante la complacencia de sus incondicionales; la oposición partidaria y sus huestes, cegados por la pérdida de algunos privilegios (no todos, porque lo principal sigue intacto), se dedican a atacar al Presidente.

El vulgar sainete sería un teatro de vodevil (ligero, divertido y relajiento), si no fuera trágico. Por desgracia, al final tendremos el mismo país de siempre: ricos riquísimos y pobres pobrísimos; millones de niños desnutridos condenados a la marginalidad y élites hartas de todo, menos de dinero y de poder. Mientras tanto, la sangre seguirá corriendo a raudales.

La barbarie se está normalizando entre los mexicanos. Tomo un párrafo de Jesús Silva Herzog Márquez (Reforma, 11 de noviembre) que le sirve de introducción al desgarrador poema que David Huerta escribió para Ayotzinapa, pero que ilustra el virtual holocausto en el que está el país.

Dice Silva Herzog Márquez: “El siglo XXI ha sido para México una transición a la barbarie. El estrangulamiento de los espacios de convivencia, una renuncia a la comprensión del otro. Y la violencia en el centro. No cualquier violencia. Una violencia horrenda, brutal, casi inconcebible. La crueldad se ha convertido en un espectáculo, en un rito, en un mensaje. Aquí se escribe con cadáveres. Esa es la siniestra caligrafía de nuestro tiempo. Los avisos aparecen en huesos dispersos y en cenizas; en cuerpos colgados, en muertos sin cabeza, en las sombras de los desaparecidos, en las fosas escondidas. La violencia es más que un instrumento. No se trata simplemente de eliminar al otro, se trata de convertir un cuerpo triturado en símbolo de un reino. Más que un rudo medio para lograr un fin, la violencia mexicana de este tiempo impone su locura como lógica. Lo atroz no se subordina a lo rentabilidad. Por eso no se avanza mucho si se piensa en la mecánica empresarial de los violentos que utilizan las armas para desarrollar un negocio. La violencia ha dejado de ser un medio para convertirse en la afirmación misma”.

 

Ayotzinapa

David Huerta

2 de noviembre de 2014. Oaxaca.

Mordemos la sombra

Y en la sombra

Aparecen los muertos

Como luces y frutos

Como vasos de sangre

Como piedras de abismo

Como ramas y frondas

De dulces vísceras

Los muertos tienen manos

Empapadas de angustia

Y gestos inclinados

En el sudario del viento

Los muertos llevan consigo

Un dolor insaciable

Esto es el país de las fosas

Señoras y señores

Este es el país de los aullidos

Este es el país de los niños en llamas

Este es el país de las mujeres martirizadas

Este es el país que ayer apenas existía

Y ahora no se sabe dónde quedó

Estamos perdidos entre bocanadas

De azufre maldito

Y fogatas arrasadoras

Estamos con los ojos abiertos

Y los ojos los tenemos llenos

De cristales punzantes

Estamos tratando de dar

Nuestras manos de vivos

A los muertos y a los desaparecidos

Pero se alejan y nos abandonan

Con un gesto de infinita lejanía

El pan se quema

Los rostros se queman arrancados

De la vida y no hay manos

Ni hay rostros

Ni hay país

Solamente hay una vibración

Tupida de lágrimas

Un largo grito

Donde nos hemos confundido

Los vivos y los muertos

Quien esto lea debe saber

Que fue lanzado al mar de humo

De las ciudades

Como una señal del espíritu roto

Quien esto lea debe saber también

Que a pesar de todo

Los muertos no se han ido

Ni los han hecho desaparecer

Que la magia de los muertos

Está en el amanecer y en la cuchara

En el pie y en los maizales

En los dibujos y en el río

Demos a esta magia

La plata templada

De la brisa

Entreguemos a los muertos

A nuestros muertos jóvenes

El pan del cielo

La espiga de las aguas

El esplendor de toda tristeza

La blancura de nuestra condena

El olvido del mundo

Y la memoria quebrantada

De todos los vivos

Ahora mejor callarse

Hermanos

Y abrir las manos y la mente

Para poder recoger del suelo maldito

Los corazones despedazados

De todos los que son

Y de todos

Los que han sido.

Sobre la Economía, hoy en su día

Dicen que hoy 6 de noviembre es el Día de los Economistas (eso nada más nos faltaba), y para “celebrarlo” publicaremos estas dos viñetas porque dicen que si de una ciencia no se hacen chistes y nadie la odia, ¿pues entonces qué tipo de ciencia es esa?

La primera viñeta está tomada de la novela El mapa y el territorio, del escritor francés Michel Houellebecq, publicada por Anagrama. Dice así: “Cada vez más, las teorías que trataban de explicar los fenómenos económicos, de prever sus evoluciones, le parecen más o menos igualmente inconsistentes, aventuradas, cada vez tenía más ganas de asemejarlas a la pura charlatanería; en ocasiones se dice que es incluso sorprendente que concedieran un Premio Nobel de Economía, como si esta disciplina pudiese alegar la misma metodología seria, el mismo rigor intelectual que la química o la física… ¿Cómo puede considerarse una ciencia a una disciplina que ni siquiera consigue hacer pronósticos verificables?… El crimen [es] un acto profundamente humano, vinculado, por supuesto, con las zonas más sombrías de lo humano, pero humano al fin y al cabo. El arte, por poner otro ejemplo, está relacionado con todo: con las zonas sombrías, con las luminosas, con las intermedias. La economía casi no está ligada con nada, sólo con lo más maquinal, previsible y mecánico que hay en el ser humano. No sólo no es una ciencia, sino que no es un arte, en definitiva no es prácticamente nada en absoluto”.

La otra viñeta está tomada de El Desinterés. Tratado crítico del hombre económico. Siglo XXI Editores, 2011, del gran sociólogo noruego Jon Elster. Va así: “Difícilmente puede rechazarse la importancia conceptual de la teoría de la maximización… Así, el estructuralismo de Marx (…)  fue ampliamente superado por la revolución marginalista… Los éxitos empíricos [de la economía] resultan menos espectaculares… El único premio Nobel de Economía otorgado a una teoría que contaba con predicciones empíricas verificadas fue el que recibió Daniel Kahneman, coinventor con Amos Tversky de la teoría de las perspectivas, hecho tanto más interesante cuanto que esta última niega puntualmente los axiomas de la teoría de elección racional… La comparación más adecuada [de la economía] sería con el ingeniero más que con el físico… La economía como ciencia dura es más bien una forma de ciencia ficción… Una gran parte de los artículos publicados en las revistas avanzadas que desarrollan las implicaciones de la elección racional carecen de interés estético, matemático o empírico, que es tanto como decir que carecen en absoluto de interés.”

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