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Mes: diciembre 2019

Con todo respeto, mi deseo para 2020

Para este Año 2020 tengo muchos deseos, unos personales, otros familiares y algunos para México. Pero uno, creo, es crucial para el país: que el presidente deje de insultar a la gente, a sus opositores y críticos (aun a los críticos y opositores interesados).

Eso le permitirá repensar las cosas, ver que algunos críticos tienen razón (aunque lo vean desde una perspectiva teórica diferente a la de él); ver que sus adversarios tienen derecho a hacer lo que él mismo hizo en el pasado: atacar a los gobernantes para auto promoverse, y ver, en fin, que la diversidad es un camino mejor para la nación que la gris homogeneidad o, peor, que el autoritarismo.

Hace días un ex presidente de Bolivia y actual funcionario en el gobierno que tumbó a Evo Morales, le dijo al presidente de México: “Cínico, sinvergüenza, padrino de tiranos, sumiso, servil y arrodillado ante Donald Trump y matoncito cobarde”.

Los partidarios, los opositores interesados, los opositores con argumentos (y hasta yo mismo, desde luego) salieron a defender al presidente. Esa defensa era necesaria porque no va a venir un extranjero a insultar al presidente de México sin respuesta.

Sin embargo, hay que recordarle al presidente (por favor, si alguien puede verlo y decirle, dígale) que el que siembra vientos, cosecha tempestades; no puede estar insultando a sus críticos y opositores, ni siquiera a sus detractores.

Con frecuencia, el mismo presidente pide respeto, pero sin entender que el respeto es una carretera de ida y vuelta. Los insultos que ha proferido han sido recopilados por Gabriel Zaid en Letras Libres (https://bit.ly/37j3vJ1). La lista muestra la prolijidad de Andrés Manuel López Obrador para el insulto (el poeta del insulto le llama el autor). La lista es la siguiente:

Achichincle, alcahuete, aprendiz de carterista, arrogante, blanquito, calumniador, camajanes, canallín, chachalaca, cínico, conservador, corruptos, corruptazo, deshonesto, desvergonzado, espurio, farsante, fichita, fifí, fracaso, fresa, gacetillero vendido, hablantín, hampones, hipócritas, huachicolero, ingratos, intolerante, ladrón, lambiscones, machuchón, mafiosillo, maiceado, majadero, malandrín, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora, matraquero, me da risa, megacorrupto, mentirosillo, minoría rapaz, mirona profesional, monarca de moronga azul, mugre, ñoño, obnubilado, oportunista, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payaso de las cachetadas, pelele, pequeño faraón acomplejado, perversos, pillo, piltrafa moral, pirrurris, politiquero demagogo, ponzoñoso, ratero, reaccionario de abolengo, represor, reverendo ladrón, riquín, risa postiza, salinista, señoritingo, sepulcro blanqueado, simulador, siniestro, tapadera, tecnócratas neoporfiristas, ternurita, títere, traficante de influencias, traidorzuelo, vulgar, zopilote. Ha desvirtuado hasta esa bella frase que dice: “con todo respeto”, porque cuando el presidente la dice, sus adversarios y críticos saben que vendrá una andanada de insultos.

Mi deseo de año nuevo es que el presidente deje de insultar y se dedique a gobernar. Por ello, suscribo todas las palabras al respecto de Elmer Mendoza, el laureado escritor sinaloense, que le dijo: “Vamos, señor presidente, con todo respeto, a trabajar más y a hablar menos; este país lo necesita”.

Dos reconocimientos a la 4T

Dos cosas quiero celebrarle a la 4T antes de que termine el año. Una, el incremento al salario mínimo muy por encima de la inflación y, dos, la iniciativa de reducir sustancialmente el financiamiento a los partidos políticos.

Respecto a los salarios, el incremento es una medida centrada en el combate a la desigualdad. Como se sabe, el ingreso nacional se reparte, grosso modo, en dos cantidades: las rentas y las ganancias, por un lado, y los salarios, por el otro. Las proporciones de esos componentes en el ingreso nacional son 70% para los dueños del capital y 30% para quienes viven de la venta de su fuerza de trabajo.

Se dijo por décadas que eso se debía a que el aumento salarial era inflacionario y que, si aumentaba, tendría que ser por incrementos en la productividad.

Salomón Chertorivski, un muy buen economista que (para desconcierto de los fanáticos) trabajó en los gobiernos de Calderón y peña Nieto, en el nivel federal, y en la Ciudad de México en el sexenio pasado, demostró que no existe una relación causal entre salarios e inflación (https://bit.ly/2SvPuDv). Muy al contrario, el incremento salarial y la reducción de la desigualdad serían un fuerte impulso al mercado interno.

Chertorivski demostró que la relación de los salarios y la productividad es también un mito en el ámbito mexicano. Entre 2005 y 2018, mientras que la productividad de los factores creció casi 7%, el salario se redujo en términos reales en 2%.

Es cierto que, con el incremento del mínimo, los niveles salariales más altos no se benefician, pero el incremento tiende a revertir la tremenda desigualdad económica. De acuerdo con la teoría de la justicia (https://bit.ly/2SupyIm) una sociedad mejor es aquella en la que los extremos de ingresos son menos amplios.

Respecto al financiamiento a los partidos, se puede decir que es lamentable que la oposición no haya apoyado esta propuesta de Morena porque, a todas luces, ese financiamiento es un dispendio enorme en un país donde más de la mitad de la población está en la pobreza.

Hay una propaganda que dice que el INE es una fuente de dispendio en el país. La verdad es que la mitad del presupuesto de ese organismo (11,400 millones de pesos para 2020) es para los partidos. Otra parte sustancial del gasto es la credencial de elector, que cumple el papel de identificación nacional, quitándole ese gasto a gobernación. El salario de los consejeros es alto, efectivamente, y podría reducirse, pero es solamente el 0.2% de todo el presupuesto.

Lo que en mi opinión debería hacer la 4T es, primero, respectar los órganos autónomos, única garantía para sostener y mejorar un sistema democrático que aleje las tentaciones autoritarias; segundo, mejorar el sistema actual para hacer más eficientes las operaciones del INE, por ejemplo, impulsando la tecnología para el voto electrónico (cuidando que Bartlett no meta las manos allí porque es experto en grandes fraudes electorales); tercero, insistir en la reducción al presupuesto de los partidos eliminando los incentivos para la creación de esos negocios familiares que quieren vivir del presupuesto público (por ejemplo, dejando que participe cualquier agrupamiento en las elecciones, pero darle el registro definitivo si obtiene al menos 5% de los votos emitidos), cuarto, sometiendo a fiscalización los recursos de los partidos para evitar el “dinero sucio” y, quinto, que el financiamiento depende de si hay o no elecciones en el país (se podría hacer una ley que establezca un día fijo para elecciones cada tres años para que los políticos no estén siempre en campaña).

Dos buenas propuestas de la 4T (una exitosa y la otra fallida) que reivindican el voto que les otorgué el 1 de julio del 2018.

El salinismo de la 4T

No se sorprenda usted si Carlos Salinas de Gortari resulta ser un precursor de la Cuarta Transformación. La idea no es descabellada porque hay, al menos, tres elementos que así lo apuntan.

El primero, como ya se dijo en este mismo espacio el 4 de julio pasado (https://bit.ly/394jqwp), la llamada Cuarta Transformación no está a la altura de las tres anteriores: la Independencia, la Reforma y la Revolución, pero sí parece un ajuste del neoliberalismo a la mexicana ya que hay tres aspectos que el salinismo y la 4T comparten: los recortes al gasto público, el despido de personal del gobierno y el asistencialismo electorero (que no sacará a nadie de la pobreza, aunque paliará sus aspectos más extremosos, pero que acarreará un caudal de votos para el partido del presidente).

El segundo argumento que asemejan a la 4T al salinismo es el Consenso de Washington, el decálogo del neoliberalismo (si usted lee un libro o dos, será capaz de distinguir la versión mexicana del auténtico) que propone: 1) disciplina fiscal, 2) reordenamiento de las prioridades de gasto público para enfocarlo directamente a políticas de desarrollo, 3) reforma tributaria, 4) liberalización de las tasas de interés y 5) tipo de cambio fijado por el mercado, 6) apertura comercial, 7) fomento a la inversión extranjera directa, 8) privatización, 9) desregulación de la economía y 10) protección de los derechos de propiedad. Los objetivos de este programa serían: 1) una baja inflación, 2) reducción del déficit presupuestario, 3) disminución de la deuda, 4) aumento del flujo de capitales. Nótese que, respecto a los 10 puntos, el salinismo y a 4T solamente difieren en los puntos 8, 9 y 10, pero los cuatro objetivos son exactamente iguales.

El tercer argumento es un tanto subjetivo, pero con bases firmes para darle alguna verosimilitud. Si Bartlett (en opinión presidencial) es puro, bueno, patriota y nacionalista, entonces el fraude electoral (a través de la caída del sistema) que cometió en contra del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 es un fraude patriótico y, por tanto, Carlos Salinas de Gortari, impuesto por razones de patriotismo según esta versión, ya no será el “malo de malolandia” (como dijo el actual presidente cuando andaba en su primera campaña electoral), sino un nacionalista que practicaba, no el neoliberalismo que está en la cabeza del presidente, sino el liberalismo social (más cercano a los liberales que a  los conservadores). Que después, el régimen instaurado por Salinas haya derivado en un sistema de saqueo a la nación, de empobrecimiento y de concentración del ingreso (sobre todo en la era del PAN y del inútil de Peña Nieto), son cosas propias de la cultura mexicana.

Si el neoliberalismo inaugurado por Carlos Salinas derivó en un sistema corrupto y depredador del bienestar, su etapa superior (la 4T) buscará eliminar la impunidad, la corrupción y la pobreza extrema (lo cual, desde luego, no es poca cosa) para darle viabilidad. La denodada búsqueda del acuerdo comercial con los Estados Unidos y Canadá es un elemento que apunta en esa dirección.

Desde luego que, tratándose de México, tan proclive a un estado paternalista, esa nueva etapa del neoliberalismo se deberá imponer por medios autoritarios, dejando la democracia liberal solamente para las elecciones y concentrando todo el poder en manos del presidente. Se busca el regreso a los años “dorados” del priismo profundo, el presidencialismo y el estatismo.

Desagüe de Diego Rodríguez Landeros

En Desagüe, Diego Rodríguez Landeros escribe una frase en la que parece estar hablando de Vícam (aunque habla de cualquier otro pueblo igual o peor que este). Dice: “Ni pueblo ni rancho, mucho menos ciudad cabal… transmite la sensación de aislamiento extremo. Ahí la falta de gracia es un atractivo”. (P. 67).

Diego es miembro del staff del Vícam Switch y acaba de publicar esta novela histórica que, como la han calificado, es “deslumbrante” (Olivia Teroba),  está “sorprendentemente bien escrita” (Víctor Santana, director de la editorial Tierra Adentro) y es una novela “pasmosa y de prosa demencialmente bella e hipnótica” (Pierre Herrera).

La novela trata de una historia que podríamos llamar de amor y de muerte que gira en torno al proyecto del desagüe de los detritus y del exceso de agua de la Ciudad de México. En ese relato, que te mantiene pegado a sus páginas, Diego va del presente al pasado y de regreso; del lenguaje culto a la más cruda jerga popular; de la literatura más encumbrada a los sucesos que se desarrollan en los sótanos de la sociedad; de la alta política a la vida privada, de lo escatológico a lo fantástico y de allí a las más inverosímiles manifestaciones cotidianas.

Una descripción muy general no le haría justicia porque simplificaría demasiado el contenido; una descripción detallada revelaría aquellos detalles que hacen valioso leer esa obra. Por ello, me limito a proporcionar algunos ejemplos que ilustran el viaje narrativo e histórico a través del canal de desagüe de la gran ciudad.

En uno de sus relatos fantásticos, nos explica que “el ahuizote era un animal lacustre que tenía la forma y el tamaño de un perro, el pelaje negro y muy suave, las orejas pequeñas y puntiagudas y una cola muy larga en cuyo extremo se movía una mano de chango con garras filosas”.

Uno de sus personajes aprendió en la cárcel de Otumba que “cada Yakult contiene más de 100 millones de unas madres que se llaman Lactobacillus casei Shirota, bacterias que llegan vivas al intestino y se ponen en chinga a hacer su chamba para mejorar la flora intestinal”.

Por un momento se convierte en un crítico de la economía: “El modelo de desarrollismo fáustico (Por Fausto de Goethe), al buscar el progreso que ideal o utópicamente ha de traducirse en mejores condiciones de vida para la humanidad, casi nunca prevé los daños colaterales que sumen en la pobreza, la contaminación y la precariedad al mundo que desea mejorar. Tal es la paradójica historia del desarrollo”.

De Porfirio Díaz dice que “sus intestinos desconocían la falta de fluidez y su mente se entretenía con los planes de construcción del Gran Canal… Pero esa mañana Díaz defecaba tranquilo y con gesto soñador… Sintió un movimiento peristáltico y luego un relajamiento del esfínter, que por lo general mantenía apretado en un rictus marcial. Desahogado, se subió los pantalones.”

En el Gran Canal –dice Diego– “la corriente arrastra los desperdicios fisiológicos del Presidente de la República y del arzobispo juntos, igualados con los de los presos infelices, con los de las actrices cotizadas y los enfermos que suspiran por la muerte perdidos en las salas generales de los hospitales”.

Incursiona en uno de los grandes temas del momento (el de la inseguridad) y parece describir un día cualquiera, digamos ayer: “Ese mes fue, sin duda, el más violento en muchos años dentro de la entidad. Había en las calles una guerra declarada, balaceras, cabezas que, literalmente, rodaban envueltas en bolsas negras de plástico o pendían de puentes peatonales.”

Como dice otro de sus personajes de la cárcel, “la verdad es más simple, pero más cabrona. Agárrate porque ahora sí te voy a explicar a qué se debe el significado del nombre de Teotihuacán. La neta de las netas. La verga pelada. Apréndetelo bien porque lo que te diré salvará tu vida, mejorará tu existencia…”

Así pues (invita el narrador): “Aspiren el humo y aguarden. Con mis dos caras, cuatro ojos y dos bocas contaré algo. Yo lo sé todo; conozco lo ocurrido, los hechos verdaderos y falsos, las quimeras que he inventado”…

Léalo y disfrútelo despacito porque será lo mejor que haya leído en mucho tiempo.

La beca revolucionaria

Hubo un tiempo en que, como diría el filósofo de Güemes, si no eras comunista, entonces eras otra cosa. Si no lo eras, las consecuencias eran contundentes y ninguna de ellas era buena. Joel Verdugo Córdova, profesor de la Unison, lo dijo de manera muy ilustrativa: “si en los setentas no eras revolucionario, ni morrita agarrabas”.

Todos eran marxistas-leninistas, pero de allí se derivaba una infinita variedad de las más diversas especies y subespecies: había trotskistas, estalinistas, maoístas, guevaristas, castristas, eurocomunistas, bolcheviques (nadie quería ser menchevique), srafianos, gramscianos, espartacos, guerrilleros y hasta unos que se hacían llamar Los Enfermos. Mención aparte merece el estrambótico nombre de un tal Movimiento Marxista-Leninista Pensamiento Mao Tse Tung por el Sendero Luminoso de José Carlos Mariateguí, cuyo líder, Abimael Guzmán, todavía hoy está preso (lleva allí unos 25 años) en una jaula de acero para que no se escape.

Mis camaradas eran, modestamente, nomás estalinistas, aunque un tiempo fueron también maoístas y luego derivaron en una especie peor, ligada al priismo, a donde llegaba lo más granado de la malviviente clase política nacional. El sinvergüenza que los dirige, Aquiles se llama, poblano para mayores señas, anda todavía por allí tratando de chantajear a los gobernantes.

Como éramos clandestinos, nadie sabía el nombre verdadero de los demás. Hace poco me enteré del verdadero nombre de un camarada cuya solidaridad rayaba en la santidad. Rafael es hoy un encumbrado funcionario de una compañía mexicana de comunicaciones de alcances continentales. Una noche, platicando sobre la deserción de dos camaradas, Rafael miró por la ventana la tupida oscuridad de la noche, entornó los ojos, como personaje de novela soviética, y dijo que, si un día, todos los revolucionarios desertaban, él seguiría luchando solo por la revolución y el socialismo y que jamás se extraviaría vendiendo su fuerza de trabajo al capital. Ramón el Chuculi Félix y yo nos quedamos viéndolo con esa admiración que despiertan los iniciados.

Para fortuna mía, Rafael no cumplió la promesa esa de no vender su fuerza de trabajo (creo que tampoco la otra). Por aquellos años consiguió un empleo como simple obrero en la compañía de alcances continentales. Aunque su intención inicial era minar desde adentro el dominio del líder del sindicato, era tan eficiente en su trabajo que escaló y escaló hasta llegar a ser el alto funcionario que llegó a ser.

Para el espíritu asceta de Rafael, cuya frugalidad tocaba los linderos del hambre, dos ingresos eran demasiado y una ofensa en este mar de explotación, pobreza y enajenante alienación. Así que decidió darle un cauce revolucionario a la beca que recibía de la casa de estudiantes donde hasta entonces había vivido. Decidió darme a mí la beca quizá porque era el camarada que menos dinero tenía (cosa en la que no se equivocaba) y para que me dedicara a promover la revolución (cosa en la que sí se equivocó).

Como quiera, por unos meses me dediqué a promover la revuelta en las organizaciones dirigidas por los corruptos líderes del sindicalismo oficial. Como parte de mis responsabilidades revolucionarias, hacía trabajo clandestino en el sindicato de telefonistas.

En una de esas incursiones, me fui a meter al auditorio de los telefonistas, donde había una asamblea, y los guaruras de su malhechor líder, me secuestraron, me llevaron a un cuartito del sótano y el líder en persona me torturó psicológicamente. Hacía como que llamaba a un capitán del ejército para que vinieran por mí para desaparecerme. En esos tiempos de priismo profundo, la desaparición de opositores era una cosa tan cotidiana que la simple amenaza te causaba un miedo tan profundo que podía ser suficiente para que te diera un paro cardiaco.

La libré, pero unos días después, una fría mañana de diciembre, fui a dar con mis huesos a una cárcel de Naucalpan donde nadie registró mi ingreso. Mis camaradas me buscaron por todos lados (eso dijeron), pero me quedé allí todo el día y la noche en una celda atestada de presos pobrísimos acusados de robos menores, indigencia o cualquier otro delito real o inventado por esa policía, la del Estado de México, que tiene fama de corrupta en un país como México, donde la corrupción de la policía es cosa ordinaria.

Por la madrugada, cuando el frío era más intenso, los sádicos cuicos nos bañaron con el helado chorro de agua de la manguera. Después vinieron por tres presos y los sacaron de la celda. Al ratito se oían unos alaridos como si los estuvieran torturando.

Cuando amaneció, me fijé que hubo cambio de turno. Llamé al policía de guardia y le supliqué que me dejara hablar con el comandante. Le dije que era estudiante de la UNAM, que me habían llevado por mear en la calle, pero en mi defensa le dije que era eso o me orinaba en los pantalones. Después de mucho rogarle, me dejó ir a la oficina, me asomé con discreción y vi que el comandante le estaba dando una buena cachoreada a una rubia de tinte algo rechoncha. Con discreción, cerré la puerta y me quedé allí en el pasillo. Tanteando la suerte, me acerqué a la puerta de la calle y el guardia me dio los buenos días como si fuera yo un visitante.

Me dio una temblorina porque se me ocurrió que podía decirle con permiso, salir a la calle y decirles adiós. Lo hice. Caminé rápido por la calle, con paso apretadito como si quisiera ir al baño y, cuando doblé en la esquina, corrí como desaforado y me subí a un autobús que me llevó al metro Tacuba. Allí cerca vivía Romel Olivares, el líder del Comité Central del partido donde yo militaba. Toqué la puerta y apareció el dirigente envuelto en una tersa bata de seda. Ya estaba enterado de lo que había pasado, se alegró mucho de que no me hubieran desaparecido y luego exclamó. “¡Por fin tenemos el primer preso político!”. Preparó café, me ofreció una taza, me la tomé y me despedí porque vi que de comida, ni hablar, y lo que yo tenía era un hambre intensa causada por 48 horas sin comer.

Por un tiempo disfruté la beca de Rafael Lara. Su solidaridad conmigo es una de las deudas de gratitud que todavía tengo. Yo sé que ese dinero se me dio para hacer la revolución, pero él tendrá que entender que cualquiera se desencanta si está como estaba yo aquella remota mañana de diciembre de 1978: andrajoso, apestoso, con un hambre de los mil demonios, parado en la alfombra de la confortable y ricamente amueblada casa del exquisito líder revolucionario envuelto en bata de seda.

Ese cuadro me reveló de un golpe el futuro de la sociedad que andábamos queriendo construir.

A un año, los objetivos de mi voto por AMLO

Los objetivos por los que voté el 1 de julio de 2018 fueron: 1) la construcción del estado de derecho y del sistema de justicia (especialmente el fin de la impunidad y la corrupción); 2) el desarrollo económico sustentable, y 3) el desarrollo social (especialmente el fin de la pobreza y la protección del medio ambiente). Esto fue lo que se me prometió. Al cabo de un año, hay avances y hay retrocesos. Hay aciertos y hay errores. Me centraré en los errores porque los aciertos no necesitan de mi elogio.

Lamento que el presidente haya decretado el fin de la corrupción (hasta sacó una banderita blanca). Quizá en el primer círculo del poder, junto a él, no haya corrupción, pero, por poner un ejemplo, los policías, los ministerios públicos y los jueces siguen traficando con sus funciones, construyendo delitos y cobrando grandes y pequeñas sumas de dinero por poner en libertad a detenidos culpables e inocentes.

Lamento el crecimiento económico cero. En su nuevo libro, Hacia una economía moral (que tiene mucho de rollo moral y poco de economía), dice el presidente (p. 44) que la política económica del periodo neoliberal, “ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México” porque solamente se creció un 2% en promedio anual. En su primero año de gobierno la economía creció cero por ciento, pero en su discurso de festejo este 1 de diciembre (con total desapego a la autocrítica y con mucha autocomplacencia) dijo que estaban muy contentos con el crecimiento registrado, es decir, con el cero. Como ya lo han puesto de manifiesto economistas de verdad, si la población crece cero, la economía también podría crecer cero y concentrarse en la distribución. Pero no es el caso: al menos dos millones de personas jóvenes buscan entrar al mercado laboral cada año…

Lamento que el enfoque de combate a la pobreza sea exactamente igual a lo hecho en el pasado (reparto de dinero que no sacará a nadie de la pobreza, aunque quizá paliará algunos pesares de los más pobres). Ese reparto de dinero se presta a la sospecha de que se está construyendo una clientela electoral (como en el priismo profundo) y se están dejando de lado medidas estructurales contra la pobreza.

Lamento que el presidente excomulgue al priismo profundo de los males nacionales. Para él, los males empezaron en 1982. Sin embargo, la Revolución Mexicana estalló por la tremenda corrupción, abuso del poder y concentración de la riqueza. A su triunfo, los generales revolucionarios empezaron un frenético saqueo del país, que se profundizó a partir de 1942 y que alcanzó niveles demenciales entre 1970 y 1982. El neoliberalismo no fracasó por los principios generales que impulsaba (que fueron muy exitosos en otros países), sino porque importó del priismo la misma corrupción y abuso del poder.

Yo sé que en un año no se puede alcanzar una verdadera transformación. Sin embargo, lamento que el presidente decrete “logros” inexistentes, que use el poder para atacar y dividir (perdiendo valiosas energías que pudiera usar para gobernar) y que erosione las instituciones que tanto trabajo costó crear, que se pueden mejorar, pero no deteriorar.

Se le puede dar, no un año para que lo logre, sino los cinco que le quedan para que muestre resultados y siente las bases de la transformación, pero el presidente debe enfocarse en gobernar y debe dejar de su usar la tribuna que todos le dimos para ajustar cuentas con sus opositores.

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