Los objetivos por los que voté el 1 de julio de 2018 fueron: 1) la construcción del estado de derecho y del sistema de justicia (especialmente el fin de la impunidad y la corrupción); 2) el desarrollo económico sustentable, y 3) el desarrollo social (especialmente el fin de la pobreza y la protección del medio ambiente). Esto fue lo que se me prometió. Al cabo de un año, hay avances y hay retrocesos. Hay aciertos y hay errores. Me centraré en los errores porque los aciertos no necesitan de mi elogio.

Lamento que el presidente haya decretado el fin de la corrupción (hasta sacó una banderita blanca). Quizá en el primer círculo del poder, junto a él, no haya corrupción, pero, por poner un ejemplo, los policías, los ministerios públicos y los jueces siguen traficando con sus funciones, construyendo delitos y cobrando grandes y pequeñas sumas de dinero por poner en libertad a detenidos culpables e inocentes.

Lamento el crecimiento económico cero. En su nuevo libro, Hacia una economía moral (que tiene mucho de rollo moral y poco de economía), dice el presidente (p. 44) que la política económica del periodo neoliberal, “ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México” porque solamente se creció un 2% en promedio anual. En su primero año de gobierno la economía creció cero por ciento, pero en su discurso de festejo este 1 de diciembre (con total desapego a la autocrítica y con mucha autocomplacencia) dijo que estaban muy contentos con el crecimiento registrado, es decir, con el cero. Como ya lo han puesto de manifiesto economistas de verdad, si la población crece cero, la economía también podría crecer cero y concentrarse en la distribución. Pero no es el caso: al menos dos millones de personas jóvenes buscan entrar al mercado laboral cada año…

Lamento que el enfoque de combate a la pobreza sea exactamente igual a lo hecho en el pasado (reparto de dinero que no sacará a nadie de la pobreza, aunque quizá paliará algunos pesares de los más pobres). Ese reparto de dinero se presta a la sospecha de que se está construyendo una clientela electoral (como en el priismo profundo) y se están dejando de lado medidas estructurales contra la pobreza.

Lamento que el presidente excomulgue al priismo profundo de los males nacionales. Para él, los males empezaron en 1982. Sin embargo, la Revolución Mexicana estalló por la tremenda corrupción, abuso del poder y concentración de la riqueza. A su triunfo, los generales revolucionarios empezaron un frenético saqueo del país, que se profundizó a partir de 1942 y que alcanzó niveles demenciales entre 1970 y 1982. El neoliberalismo no fracasó por los principios generales que impulsaba (que fueron muy exitosos en otros países), sino porque importó del priismo la misma corrupción y abuso del poder.

Yo sé que en un año no se puede alcanzar una verdadera transformación. Sin embargo, lamento que el presidente decrete “logros” inexistentes, que use el poder para atacar y dividir (perdiendo valiosas energías que pudiera usar para gobernar) y que erosione las instituciones que tanto trabajo costó crear, que se pueden mejorar, pero no deteriorar.

Se le puede dar, no un año para que lo logre, sino los cinco que le quedan para que muestre resultados y siente las bases de la transformación, pero el presidente debe enfocarse en gobernar y debe dejar de su usar la tribuna que todos le dimos para ajustar cuentas con sus opositores.

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