En 1528, Francisco Delgado (o Delicado, que en eso no hay consenso), escribió El Retrato de la Lozana Andaluza, novela sobre una prostituta que llega a Roma en busca de “un vivir honesto” (es decir, como puta) y le pregunta a un valijero sobre el estado del negocio, y éste la da la información.
“Quizá en Roma no podrías encontrar un hombre que mejor sepa el modo de cuantas putas hay. Mira, hay putas graciosas más que hermosas, y putas que son putas antes que muchachas; hay putas apasionadas, putas entregadas; putas esclarecidas, putas reputadas y re-probadas; hay putas nocturnas y diurnas, putas de cintura y de marca mayor; hay putas abigarradas, putas combatidas, vencidas y no acabadas; putas devotas, putas convertidas, arrepentidas, putas viejas, putas porfiadas que siempre tienen quince años; hay putas calladas, putas de subientes y descendientes, putas aguzadas, putas aseadas, apuradas, gloriosas; putas buenas y putas malas y malas putas; putas secretas y públicas; putas jubiladas, putas beatas y beatas putas, alcahuetas y putas modernas.”
¡Que gremio tan parecido al de los políticos!, pensé no sin mala leche. Luego, busqué mentalmente a alguno que no entrara en esa clasificación, y no encontré ninguna excepción.

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