Ahora que hay escasez de cerveza por el coronavirus, recordé aquel 31 de diciembre de 1976 en que entró a Vícam un tráiler-pipa con un agujero en el costado por donde salía un chorro de tequila.
El recién designado gobernador de Sonora, Alejandro Carrillo Marcor, había mandado a cerrar las cantinas (prohibición aún vigente) sin percatarse que esos establecimientos le daban fluidez al dinero de la economía de Vícam.
El Banrural (el Bandidal, le decían) administraba las tierras de cultivo y, cuando llegaba la cosecha, los que pertenecían a las sociedades acudían a cobrar las liquidaciones. Al salir del banco se encontraban con los dueños de las tiendas, que por seis meses les habían fiado todo tipo de provisiones. Después estaban los taxistas ya que por entonces no había quien que, trayendo dinero, no tomara un taxi. Ese día tomaban dos: uno para subirse ellos y otro para los músicos. Luego recalaban a las cantinas, donde los cantineros les aplicaban una clásica. Pagaban con 20 pesos una caguama que costaba 2, y les contaban los billetes de un peso: dice uno, dice dos, dice tres, dice cuatro, dice cinco, dice seis, dice siete y dieciocho. ¡Ocho pesos en lugar de los 18! Por la noche, salían los chamacos a bolsear borrachos botados, despojándolos del último dinero que les quedaba. Al día siguiente las familias reiniciaban el ciclo. Eso era entonces, cuando había dinero en las comunidades yaquis…
Ese fue el peor fin de año que se recuerde. La tristeza inundaba al pueblo y un polvo a ras del suelo recorría las calles solitarias… Pero al mediodía del día 31, un gritó alertó a todos: ¡Una pipa estaba tirando tequila en la plaza! La gente salió a las calles cargando todo tipo de recipientes, se hizo una larguísima fila (eso sí, muy ordenada) y, muertos de risa, los viqueños se dispusieron a empezar la fiesta esa Noche de San Silvestre. Todavía el Día de San Valentín se podía ver a uno que otro borracho con pipanora.

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