La estadística –dice mi amigo Jaime Olea– es como los bikinis de las muchachas: enseñan mucho, pero ocultan lo esencial. Lo esencial no siempre es evidente, como lo muestra la siguiente verídica historia.

Érase una vez una prestigiada pastelería de Vícam. Uno que se la daba de líder, apodado la Costeña, propuso dejar de medir los pasteles producidos y, mejor, garantizar el bienestar a todos los pasteleros. Trabajar es lo que deben hacer, dijo el Caché; lo único que hacemos es trabajar, ¡qué madre!, dijo el Chueco Victorio; por cinco pesos recorro todo el pueblo, dijo el Cucurrucú; que repartan las ganancias de los dueños, propuso el Diablo.

Nerón, personaje que no trabajaba, pero que era muy bueno para el glu-glu, según Pancho Salomón, intervino. Quitando los gastos, y si hubiera justicia, de cada 100 pesos de ingresos nos tocarían $10 a cada uno; pero los dos dueños se embolsan $25 cada uno (50 de cada 100); el administrador, $10; el tesorero, $9; cada uno de los tres vendedores, $7; los dos pasteleros, $5 cada uno.

Así que no seas bruto, Costeña –se encarreró Nerón–, si no cuentas los pasteles que producimos ni cuántos somos, ¿cómo vamos a saber cómo repartir mejor el ingreso?… Ahora sales con que quieres la felicidad y el bienestar del alma. Primero, ese es el negocio de las religiones desde hace milenios, y no lo han logrado. Segundo, si no tienes idea de cómo hacer más pasteles, menos vas a saber lo que necesita el alma de los demás. Y tercero, estás más perdido que la Alicia.

¿La Alicia Cachecuero? –preguntó la Costeña con desconcierto.

No seas incróspito –replica Nerón: la Alicia del País de las Maravillas que, estando perdida, pidió ayuda al gato de Cheshire. El gato, agudo y maloso, le preguntó: ¿De dónde vienes y para dónde quieres ir? No sé, responde Alicia con inocencia. Entonces –contesta el gato– puedes irte para cualquier lado. Si no sabes para dónde quieres ir, da igual un rumbo que otro.

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