(Con enorme cariño para mi querida amiga Bertha Alicia)

Es casi imposible relacionar el amor con un marrano… Por entonces, 1976, llegó al CETA 26 un emisario del DGTA con la misión de aplacar una revuelta estudiantil. Mire compa –le dijo El Vaga– aquí todos somos marxistas–leninistas. Qué bueno, contestó el de la DGTA, porque los marxistas son científicos, no agitadores.
El Pablo Plascencia pidió la palabra. Desgarbado y muy parecido a Aniceto Verduzco y Platanares, se aventó un larguísimo rollo sobre las luchas revolucionarias y concluyó con una frase que la ganó los vítores y la admiración de sus compañeros. Si ser agitador, dijo con su natural elocuencia, es defender los derechos del estudiantado, ¡entonces soy agitador!
Con su enjundia discursiva, el encantador de masas encantó a la Bertha Cervantes. Muy pronto empezó el romance, que fue intenso, pero breve. Esa tarde, el Pablo pasó por la casa de doña Rana y vio allí, revolcándose en el lodo, a un cochito flaco y peludo. Quiso comprarlo, pero la Rana se lo regaló. Lo bañó, le puso un moño y fue a regalárselo a la Bertha.
Ella lo crió con cariño y lo hizo crecer. Deambulaba como si fuera el perro de la casa. El animalito era chipiloneado por todos… Excepto por don Roberto (el famoso Camalón) Cervantes, padre de la Bertha, que se imaginaba al cerdo sobre la mesa, tatemado a la vuelta y vuelta y en unión de la familia, parafraseando a Eulalio González Piporro, pellizcarlo con tortilla y rociarlo con cerveza hasta darle la puntilla. Ándale, Bertha, vamos a matarlo, decía don Roberto, y la Bertha terca a que no.
Pero un día, los novios tuvieron un pleito tan grande que, casi 45 años después, no se han vuelto a ver. Esa tarde, cuando llegó a su casa, dio la autorización que el Camalón tanto ansiaba. Por la noche, en medio de la algarabía familiar, y el ánimo funerario de la Bertha, cenaron carnitas de cerdo…

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