El profesor JR, de Vícam, carece de ese espíritu de sacrificio que se necesita para cumplir con el apostolado de la docencia. Refuerza su abulia el hecho bien documentado de que los buquis no quieren aprender. Con éxito ha tramitado permisos que, por años, lo han mantenido alejado de las aulas.
En una ocasion, por un descuido, no renovó el permiso y cuando se dio cuenta, casi le da el soponcio. La cosa se puso peor porque las autoridades educativas quisieron aprovechar la oportunidad para hacer que el huidizo profesor retornara a las aulas. El pobre JR se sintió un tanto en el aire.
Amigo mío que es, accedí a su petición de que le escribiera una carta, cosa un tanto perturbadora porque se supone que un profesor sabe escribir. “Ponle al principio que no me presenté porque soy fiestero” –me instruyó. Me le quedé viendo con esa mirada que ponen los que no saben si reír o llorar.
Mira JR –le dije tratando de ser circunspecto–, en las comunidades yaquis ser fiestero es una cosa muy respetada, que implica una gran responsabilidad en el sistema de usos y costumbres, pero las autoridades educativas van a creer que eres simplemente un güevón que se fue de parranda.
¿Y qué ponemos? –me preguntó con cierta inocencia: Pongámosle que, siendo un miembro respetado en tu comunidad, las autoridades yaquis te han distinguido con fuertes obligaciones tradicionales, lo que te ha impedido gestionar el permiso para poder seguir desempeñando esas responsabilidades impuestas por la vida comunitaria…
La pasada Semana Santa me lo encontré muy contento, con máscara de cuero de chiva, tenábaris y cobija chapayequera al hombro.
Deja un comentario