En 1974, el presidente de la república visitó Vícam, y en sus actividades se incluyó una fiesta donde hubo Danza del Venado, matachín y pascola. Le gustó tanto la cultura yaqui que decidió quedarse unos días. Espanto total entre los anfitriones porque no había hoteles y ninguna casa era apropiada para alojar a tales huéspedes. Ya se imaginaban que, cuando quisiera ir a cagar, le tendrían que decir: allá en la letrina, señor presidente, y a un lado hay un gancho de alambre con recortes de periódico. Por favor, haga caso omiso del olor.
La desesperación los llevó a Pótam, donde se había instalado un cirquito llamado Atracciones González. Como era asunto de seguridad nacional, no tuvieron dificultades para habilitar el circo como estancia presidencial.
Carece de importancia lo que hicieron el presidente y su familia en esos días. Lo relevante es que el Sr. González, visionario que era, cambió el nombre de su negociación a Circo Presidencial.
Muchos cirquitos recorrían las comunidades yaquis y la competencia por el público era intensa y sin concesiones.
El más rijoso de todos era el payaso del Circo Presidencial. En sus diarias sesiones de chistes atacaba a sus competidores y los acusaba de querer quitarle el favor del respetable público. En los pueblos siempre hay gente graciosa y dicharachera. Pues a ellos también los atacaba.
Y la verdad era que los otros payasos no tenían gracia. Si alguien se carcajeaba, era por lo malo del chiste. En cambio, al payaso presidencial tenía arrastre y todo le celebraban. Eso lo volvió soberbio, al grado que llegó a creer que él era el circo y se quería meter hasta en la venta de boletos…
Cuando el circo se tuvo que ir, la gente de los otros pueblos ya no sabía porqué llevaba un nombre tan sonoro. Luego los circos desaparecieron y el antes famoso Payaso Presidencial se perdió en el voluble recuerdo de la gente.
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