Trusco de Pedro Chueco era un personaje singular en Bácum. Le decían Trusco porque era muy pequeño y Chueco porque renqueaba de una pierna. Decían que era un sabio porque siempre sabía más que todos. Platicaba de los temas más variados. Lo mismo disertaba sobre el curso de la Guerra Mundial en Europa, como de las propiedades de la raíz de histafiate para curar los males del estómago.
Un día el presidente municipal le reclamó que lo hubiera criticado. Eres conservador y buchón –le dijo–, y quieres restaurar el régimen del Patas Jediondas (aquí se le olvidó al presidente que había servido al partido de aquel detestable régimen). Me da pena ajena tu deshonestidad intelectual –remató el presidente. Pedro lo oía con indiferencia. Quiero –concluyó el mandatario– que le digas a la gente que no es cierto que quiero acaparar todo el poder…
Por la tarde, subió al quiosco y se echó un discurso ante el pueblo reunido. ¡Pueblo, pueblo baboso! Este hombre –dijo señalando al presidente– no es un político como los de antes, que solamente buscaban el dinero público. Este hombre busca transformar a Bácum y, para ello, necesita controlar por completo la presidencia municipal y controlarlos a ustedes, para que le aplaudan y para decirles a quién amar, alabar, odiar y atacar.
Como siempre, la función del pueblo es aplaudir, apoyar, sonar la matraca, atacar con saña a los críticos y magnificar los aciertos del líder. Las medias tintas son para los intelectuales, que de naturaleza son débiles y deshonestos, aunque sean revolucionarios.
Sucedió que esa misma noche murió Trusco de Pedro Chueco. El cortejo al panteón lo encabezaba un cuarteto de cuerdas, algo atípico para un hombre atípico…El presidente municipal dijo el panegírico, un discurso plagado de autoelogios, medias verdades y mentiras completas.
Hace poco fui a Bácum y pregunté a quienes me encontraba si se acordaban a aquel presidente municipal. Nadie lo recordó. A Trusco de Pedro Checo, en cambio, todos lo recuerdan, hasta los que no fueron sus contemporáneos.
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