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Mes: noviembre 2020

LA ESPOSA YAQUI

Ya publiqué esta anécdota en 2013, pero como en estos años pasé de los sesenta, me atengo a que las personas de tal edad solemos repetir las historias una y otra vez…

Dije entonces que un día como hoy, 22 de noviembre, pero de 1963, oí una plática entre Lino Buitimea y Ramón, mi padre. El primero le informaba, agitado, que acababan de matar a John Kennedy, presidente de los Estados Unidos. Ramón, clavando la pala en el suelo (estaba construyendo una acequia) exclamó: ¡Chingue a su madre!, usando esa expresión lingüística que aquí se usa para expresar consternación. Luego, Lino, haciendo gala de su condición de hombre bien enterado (privilegio de quienes tenían radio de pilas amarrado a los manubrios de la bicicleta) le informó que la esposa, a la que se refirió como la Jackie, había salido ilesa.

Nuestra casa estaba en el monte y habíamos crecido rodeados de yaquis porque la nuestra era la única familia yori en kilómetros a la redonda. Así que, incapacitado a mis 6 años para saber de la existencia de las palabras homófonas, me pareció lo más normal que el presidente de los Estados Unidos hubiera tenido una esposa yaqui.

El Diablo y Catalina

En las comunidades yaquis hay muchas leyendas. Una de ellas es la del Diablo que se aparece tocando el violín en el cerro del Corazepe. Había un debate sobre la música que ejecuta el Demonio, pero la versión más fidedigna proviene de Pepe Pitavino, un italiano llegado a Vícam durante la Segunda Guerra Mundial y avecindado en la que antaño se llamaba la Calle de las Naciones Unidas, en la que además de él vivían los Riestra (llegados de España), los Ochi (de China), los Salomón (cuyo padre llegó de Palestina) y John Dedrick (médico gringo mandado por el Instituto Lingüístico de Verano a culturizar a los yaquis).

Pitavino se fue una noche a dormir al Corazepe y por la madrugada empezó a oír los acordes. Lucifer estaba inspirado: tocó el concierto número 1 de Paganini, un nocturno de Chopin y el Invierno de Vivaldi; luego ejecutó Dust in the wind, de Kansas y, después de tocar la Meregilda, se aventó el Requiem de Johannes Brahms…

El príncipe del averno toca muchas piezas –contó Pitavino al día siguiente–, pero es narcisista, lo mejor que toca es El diablo y Catalina de Antonin Dvorak.

El buque se llama Allende

Yo, que di mi sangre para determinar el genoma sonorense, digo que nuestro regionalismo está sobrevalorado… por los propios sonorenses. Vea las siguientes historias inconexas, pero engarzadas.

1. Tonatiuh Guillén, cuando era un simple investigador en El Colef de Tijuana y no el encumbrado personaje que es hoy, me dijo: “Tuve un acto de sinceridad a lo sonorense”. Ah sí, ¿y cómo es eso? –le pregunté con inocencia, pero con orgullo. Respondió: “Es que fui sincero a lo pendejo”.
2. El chileno Carlos Chávez, doctor en economía del medio ambiente, me dijo (allá en Fayetteville, Arkasas) que hablaba yo igualito al Chavo del Ocho. Me ofendí y hasta imité algunos acentos mexicanos para que viera la diferencia… No la vio. Luego, años después, Rubí y yo fuimos a París y allá, oímos a un niño español que dijo: “Oye Padre, estos hablan como el Chavo del Ocho.” Entonces me derrumbé: no había duda, era cierto…
3. En primero de primaria (1965), los niños no entendíamos que significaba “buque”. El profesor, Miguel Ángel Galdino, nos dijo que en el sur la gente no habla bien y que a los niños no les dicen “buquis”, como aquí, sino “buques”. Allende –concluyó muy contento– es el buqui que está junto al barco.

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