Yo, que di mi sangre para determinar el genoma sonorense, digo que nuestro regionalismo está sobrevalorado… por los propios sonorenses. Vea las siguientes historias inconexas, pero engarzadas.

1. Tonatiuh Guillén, cuando era un simple investigador en El Colef de Tijuana y no el encumbrado personaje que es hoy, me dijo: “Tuve un acto de sinceridad a lo sonorense”. Ah sí, ¿y cómo es eso? –le pregunté con inocencia, pero con orgullo. Respondió: “Es que fui sincero a lo pendejo”.
2. El chileno Carlos Chávez, doctor en economía del medio ambiente, me dijo (allá en Fayetteville, Arkasas) que hablaba yo igualito al Chavo del Ocho. Me ofendí y hasta imité algunos acentos mexicanos para que viera la diferencia… No la vio. Luego, años después, Rubí y yo fuimos a París y allá, oímos a un niño español que dijo: “Oye Padre, estos hablan como el Chavo del Ocho.” Entonces me derrumbé: no había duda, era cierto…
3. En primero de primaria (1965), los niños no entendíamos que significaba “buque”. El profesor, Miguel Ángel Galdino, nos dijo que en el sur la gente no habla bien y que a los niños no les dicen “buquis”, como aquí, sino “buques”. Allende –concluyó muy contento– es el buqui que está junto al barco.

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