En las comunidades yaquis hay muchas leyendas. Una de ellas es la del Diablo que se aparece tocando el violín en el cerro del Corazepe. Había un debate sobre la música que ejecuta el Demonio, pero la versión más fidedigna proviene de Pepe Pitavino, un italiano llegado a Vícam durante la Segunda Guerra Mundial y avecindado en la que antaño se llamaba la Calle de las Naciones Unidas, en la que además de él vivían los Riestra (llegados de España), los Ochi (de China), los Salomón (cuyo padre llegó de Palestina) y John Dedrick (médico gringo mandado por el Instituto Lingüístico de Verano a culturizar a los yaquis).

Pitavino se fue una noche a dormir al Corazepe y por la madrugada empezó a oír los acordes. Lucifer estaba inspirado: tocó el concierto número 1 de Paganini, un nocturno de Chopin y el Invierno de Vivaldi; luego ejecutó Dust in the wind, de Kansas y, después de tocar la Meregilda, se aventó el Requiem de Johannes Brahms…

El príncipe del averno toca muchas piezas –contó Pitavino al día siguiente–, pero es narcisista, lo mejor que toca es El diablo y Catalina de Antonin Dvorak.

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