Valoro los aciertos del gobierno (tratar de elevar el ingreso de los más pobres, el combate a la evasión fiscal y el fin del derroche gubernamental), pero no veo la prometida transformación. Observo, en cambio, el regreso al autoritarismo y a la simulación. Simulan ser laicos, republicanos y liberales, pero en realidad son religiosos, presidencialistas y conservadores. La concentración del poder en manos del presidente (que exige servilismo y lealtad a ciegas) lo hace actuar con una insensibilidad pasmosa que se nutre de un narcisismo patológico.

Me hubiera gustado que el gobierno se concentrara solamente en dos proyectos:
1) Restitución del estado de derecho y el imperio de la ley como mecanismo para acabar con la impunidad, la corrupción, el dispendio, el abuso, el crimen y la violencia.
2) Un programa integral de atención a la infancia a través de escuelas de tiempo completo y equipadas que proporcionen educación de calidad, alimentación y salud a la niñez. Además de ser un subsidio directo y más efectivo a los más pobres, el proyecto eliminaría la desigualdad de oportunidades, única estrategia de largo plazo para salir de la pobreza.

Quitando eso, no le veo más fallas al gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

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