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Autor: Axel Valdez Página 3 de 7

Charlie Hebdo: “Todo está perdonado”. Primer número de 2015

Televisa, como el Chucho el Roto al revés

Daniel Kahneman, el psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía por sus estudios donde dice que la Economía carece de razón (a esos niveles lleva la apertura y tolerancia de una ciencia siempre sometida al ataque de muchos que, incluso, no saben de Economía), dice que los seres humanos somos dados a tomar atajos mentales para resolver cosas cotidianas. Eso nos sirve para evitar razonar las cosas. Pensando en eso vi que muchas personas suelen tener un conjunto de proclamas que sustituyen las ideas.

En estos días aciagos, piense usted en las siguientes frases: “Las privatizaciones son un robo al pueblo”; “las reformas estructurales son parte de un plan neoliberal para dominar a los pobres”; “fue un crimen de estado”; “Peña Nieto debe renunciar a la presidencia”, “en México hay una violación sistemática de los derechos humanos”. Si está de acuerdo con esas frases, entonces usted no duda en calificarse a sí mismo como rebelde, como revolucionario. Si alguien piensa diferente a por lo menos alguna de las sentencias anteriores, seguro que usted lo calificará de ideólogo del capitalismo, neoliberal y, si es periodista, de jilguero de la burguesía. Esas frases son atajos mentales, recetas listas para ser apoyadas o rechazadas.

Traigo a colación los atajos mentales porque quiero llamar la atención sobre el llamado que hacen muchas personas a no donar al Teletón porque “prefieren apoyar proyectos honrados que no evaden impuestos y que no lucran con la humillación a los discapacitados”. La verdad es que es imposible saber si Televisa evade impuestos a través de la Fundación Teletón, pero supongamos que sí lo hace. Para evadir esos impuestos la empresa ha tenido que instalar y mantener al menos ocho CRITs en toda la república, ha tenido que atender a miles de discapacitados y ha rehabilitado a cientos de ellos que, de otro modo, seguirían en las mismas condiciones.

Personalmente conozco a personas que si no fuera por el CRIT no habrían tenido una oportunidad de ser atendidos. Los CRIT son, hoy por hoy, el centro de atención privada más grande del mundo, y es gratuita. A ellos acuden no los que pueden ir a Houston o a los grandes hospitales privados del país, sino aquellos que no pueden ir a ningún lado. Por cada peso donado quizá Televisa le quite quince centavos al Estado. Cierto, eso sería ilegítimo, pero ¿a poco no es ilegítimo también que esos quince centavos, de llegar al gobierno, sean usados para que la clase política lleve la vida que lleva? Quizá esos quince centavos pudieran ser canalizados a Salubridad, al Seguro Social o al Seguro Popular, lugares que son como el primer círculo del infierno para quienes tienen la desgracia de caer allí, pobres pobrísimos, la mayoría de ellos. Parece que hay entre los “defensores de los pobres” una fractura moral que ni en sueños se han detenido a cuestionarse.

Los que se oponen al Teletón no donan a nadie (ni a Unicef, ni a Aldeas Infantiles SOS, a nadie); solamente se oponen porque no van a permitirle a una empresa símbolo del capitalismo neoliberal evadir impuestos y en esa cruzada se llevan entre las patas a miles de familias pobres, pobrísimas, que encuentran en el CRIT un poco de consuelo. En el imaginario popular tienen gran prestigio los personajes de Robín Hood y de Chucho el Roto porque, se dice, robaban a los ricos con el único fin de ayudar a los pobres. Pues dejemos que Televisa ayude a los pobres con el único fin de robarle a los ricos gobernantes que tenemos.

LOS NOMBRES DE LOS ESTUDIANTES DE AYOTZINAPA

No sabemos si los estudiantes de Ayotzinapa estén muertos. Ojalá que a pesar de las evidencias que empiezan a apuntar en esa dirección, recibamos al final una buena noticia que nos diga que han aparecido. Sin embargo, su sólo secuestro es evidencia de un grado de descomposición social que coloca a México muy lejos de las naciones civilizadas. La civilización no previene la barbarie (como queda ya muy de manifiesto), pero reduce la impunidad. En México campea la impunidad. El contubernio entre crimen organizado y clase política es ya indistinguible, pero por desgracia no podemos caer en la demanda fácil y simplista de que la solución a los problemas nacionales consiste en “la solución en ácido de la clase política”.  La responsabilidad por el México que tenemos no es solamente de la clase política, aunque ésta sea la responsable principal, sino también el pueblo, cada uno de nosotros que permitimos (y muchas veces participamos) en la impunidad, la corrupción, en fin, el valemadrismo.  No podemos arrojar a la basura lo que tenemos (las instituciones, los partidos, la incipiente democracia, las acotadas libertades) porque el resultado sería mucho peor del que tenemos, pero sí podemos protestar, luchar, exigir que las cosas cambien porque este México que tenemos no es el que debemos de heredar  a nuestros hijos y a nuestros nietos.

Como un homenaje (que deseamos con toda el alma que no sea póstumo), publicamos aquí los nombres de los 43 estudiantes hasta ahora desaparecidos.

Felipe Arnulfo Rosa, 20 años;
Benjamín Ascencio Bautista, 19 años;
José Ángel Navarrete González, 18 años;
Marcial Pablo Baranda, 20 años;
Jorge Antonio Tizapa Legideño, 19 años;
Miguel Ángel Mendoza Zacarías, 33 años;
Marco Antonio Gómez Molina;
César Manuel González Hernández;
Julio César López Patolzin, 25 años;
Abel García Hernández, 21 años;
Emiliano Alen Gaspar de la Cruz, 23 años;
Doriam González Parral, 19 años;
Jorge Luis González Parral, 21 años;
Alexander Mora Venancio, 21 años;
Saúl Bruno García;
Luis Ángel Abarca Carrillo, 18 años;
Jorge Álvarez Nava, 19 años;
Christian Tomás Colón Garnica, 18 años;
Luis Ángel Fco Arzola. 20 años;
Carlos Iván Ramírez Villarreal, 20 años;
Magdaleno Rubén Lauro Villegas, 19 años;
José Luis Luna Torres, 20 años;
Bernardo Flores Alcaraz;
Israel Caballero Sánchez, 21 años;
Arturo Vázquez Peniten;
Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa, 21 años;
Mauricio Ortega Valerio, 18 años;
José Ángel Campos Cantor;
Jorge Aníbal Cruz Mendoza, 19 años;
Giovanni Galindes Guerrero, 20 años;
Jhosivani Gro de la Cruz, 21 años; 
Leonel Castro Abarca, 18 años;
Miguel Ángel Hdz Martínez, 27 años;
Antonio Santana Maestro;
Carlos Lorenzo Hdz Muñoz, 19 años;
Israel Jacinto Lugardo, 19 años;
Adán Abraján de la Cruz, 24 años;
Christian Alfonso Rodríguez, 21 años;
Martín Getsemany Sánchez García, 20 años;
Cutberto Ortiz Ramos, 22 años;
Everardo Rodríguez Bello, 21 años;
Jonás Trujillo González, 20 años;
José Eduardo Bartolo Tlatempa, 19 años.

¿Dónde quedó la bolita?: Padrés, Peña, Larrea, Maerker y Mario Luna

Todo lo que parece ser cierto, seguramente es cierto, pero cierto es también que todo puede ser usado a conveniencia para promover intereses muy alejados de la verdad y de la justicia. He aquí un conjunto de hechos cuya conexión resulta, por lo menos, sospechosa.

Primer hecho. La tribu yaqui de Estación Vícam se une a los ricos de Obregón para impedir que el gobierno del Estado se traiga cien millones de metros cúbicos de agua de la presa El Novillo.  Para ellos han emprendido diversas acciones, legales y de hecho, y los resultados han sido mixtos. El cierre de la carretera, sin embargo, puso a la tribu yaqui en la agenda nacional.

Segundo hecho. La mina Buenavista del Cobre, propiedad del Grupo México, derramó millones de litros de metales tóxicos en los ríos Bacanuchi y Sonora generando una catástrofe ambiental que, dicen los que lo recuerdan, es similar a muchos otros derrames que, con criminal negligencia, los negocios del Grupo México han ocasionado, no sólo en Sonora, sino en muchos otros lugares del país.

Tercer hecho. Francisco Romo, un profesor bilingüe de las comunidades yaquis, se alía con el gobierno del estado para denostar el movimiento que los yaquis de Estación Vícam sostienen en la carretera internacional. En ese marco, un día Pancho Romo llega al bloqueo en estado de ebriedad y manejando una camioneta (lo de la ebriedad lo dicen los yaquis de Estación Vícam, pero vimos por Facebook fotos donde el personaje en cuestión estaba dormido en su carro en aparente estado etílico) y trata de atropellar a unas personas (quizá sí iba borracho y no pudo frenar a tiempo). Lo atrapan, lo amarran y lo llevan a la guardia tradicional, donde recibe unos chicotazos. El castigo, bárbaro como es, no es excepcional porque los yaquis lo suelen aplicar (muy de vez en cuando) a los infractores. El mencionado Romo interpone una demanda por secuestro y robo del carro y el gobierno del Estado la toma al aire, para lo que se pueda ofrecer.

Cuarto hecho. El programa Punto de Partida de Televisa difunde un reportaje que muestra que el gobernador de Sonora y su familia construyeron sin ningún permiso un represo de cuatro millones de metros cubicos de agua para convertir su rancho Pozo Nuevo en un vergel en medio de un territorio medio yermo donde los habitantes del rededor padecen a diario hasta para conseguir agua para tomar.

Quinto hecho. La policía estatal investigadora (o eso se cree, porque los agentes iban de civil), aprehendieron a Mario Luna en Obregón y acusado de lo que lo acusó Pancho Romo, enfrenta la posibilidad de 24 años de prisión.

¿Cómo estarán relacionado estos hechos? Porque de que están relacionados, están relacionados. Mi hipótesis es la siguiente (nótese el carácter de hipotético de lo que diré).

El gobernador Padrés tiene tres objetivos aprovechando que es gobernador: uno, construir el Acueducto Independencia para proveer del agua que a largo plazo necesita el desarrollo inmobiliario de la ciudad, un proyecto muy ambicioso, que involucra miles de millones de pesos y a los grupos económicos (y políticos) más poderosos del norte del estado. Dos, afianzar la fortuna familiar porque nadie sabe lo que pudiera pasar. Y tres, retener el poder para el PAN en el estado.

Al primer proyecto se le opone el poderoso Grupo Cajeme que, viendo que sus recursos eran pocos (no me refiero al dinero, que será lo único cuantioso que tienen, sino a la fuerza para formar, impulsar y sostener un movimiento social) se alían con las autoridades yaquis de Vícam Estación. Los yaquis han sido una piedra en el zapato para Guillermo Padrés, y no porque la tribu sea rebelde, que lo es, sino porque, por un lado, unos están aliados con la competencia y, por otro, los que pudieran ser sus aliados se sienten traicionados porque Padrés fue a reunirse con ellos en el 2009 (en Loma de Guamuchil) y les hizo 20 promesas de las cuales no ha cumplido ninguna… o casi ninguna, porque el indión está a medio construir (el indión es una estatua a la que así se le llama porque representa un danzante yaqui que según el gobierno mediría 10 metros de alto; luego lo subieron, en los planes, a 20 metros y ahora creo que va en treinta metros. El problema es que nadie le pidió ese parador sobre la carretera porque el propósito declarado, que daría un lugar a los yaquis para sus fiestas y tradiciones, es falso porque los yaquis en miles de años no han necesitado nada diferente a sus ramadas tradicionales para practicar su cultura).

El caso es que el acueducto está más peleado que las playas de Normandía en la segunda guerra mundial y el sexenio de Padrés amenaza llegar a su fin sin su obra cumbre.

Al segundo propósito del gobernador se le opone la opinión pública debidamente acicateada por sendos programas de televisión que dejan la sensación de que Guillermo Padrés está acaparando el agua en un estado donde es un problema de primer orden y mucho gente su por su carencia y escasez. No contenta con la denuncia al Gobernador, Denisse Maerker se avienta dos o tres días después otro reportaje donde un humilde cantinero de Navojoa aparece como vendedor de un terreno en Hermosillo que vale millones y donde se involucra a Juan Valencia, el dirigente estatal de PAN, y a familiares del Gobernador.

Al tercer propósito del Gobernador Padrés se le opone el PRI que, para mala suerte del mandatario estatal, está en la Presidencia de la República y con muchas ganas de recuperar el estado.

No sería muy descabellado pensar que el muy poderoso Germán Larrea haya ya negociado con el gobierno federal para bajarle de tono a su problema (el derrame de tóxicos). Quizá hasta limpien los ríos contaminados porque lo que los perjudica no es el dinero que se gastarían en limpiar, sino el desprestigio y el temor de que el pueblo de Sonora (generalmente apático para el movimiento social) despierte de su letargo y forme un movimiento que exija la salida de la minera del Estado.

Si esa negociación se dio (entre Germán Larrea y el Presidente), qué mejor distractor que un acto ilegítimo, inmoral y quizá ilegal como el represo que los Padrés se mandaron construir en so oasis. El Presidente de la República y el PRI están en campaña por recuperar la gubernatura del estado y van con todo para tumbar al PAN.

La maniobra no hubiera sido tan redonda si no estuviera Televisa lista para pagar los favores recibidos. ¿Creen Televisa y Denisse Maerker que los políticos tranzas, rateros, malvivientes, sinvergüenzas y baquetones solamente están en el PAN?

Saben perfectamente que la inmoralidad campea en el PRI, en el PAN, en el PRD, en el Verde, en el PT y quizá hasta en Morena, como lo muestran casos legendarios ligados a esos institutos “de interés público”. Televisa sabe eso, pero su misión no es la información; su misión es ser un instrumento especializado en dar y recibir favores. Lo primero que Televisa quiere saber no es si el asunto a ventilar (u ocultar) es legítimo o ilegítimo, moral o inmoral, legal o ilegal, sino saber qué beneficios, qué prebendas, qué ventajas les dejará.

Para defenderse, Padrés pidió la expulsión de cuatro delegados federales involucrados en los asuntos mencionados, delegados que en el reportaje de Televisa dijeron, como quien es ajeno a un problema: “No, quién sabe, aquí no sabemos nada, aquí no hay ningún permiso”, como si esos personajes no estuvieran para vigilar lo que ahora dicen desconocer. La estrategia de Padrés de desviar la atención falló porque el asunto de su rancho es más grande que la expulsión de cuatro simples delegados federales.

Viendo que por allí no iba a ningún lado, el Gobernador volteó a la tribu yaqui, no para cumplirle las promesas que le hizo desde 2009, sino para buscar algo que distrajera a la opinión pública de sus (turbios) negocios. Mandó aprehender a Mario Luna, el vocero de la guardia tradicional de Vícam Estación, no porque haya secuestrado a alguien y tampoco porque el gobernador quiera hacer prevalecer la justicia y el estado de derecho. No, de ninguna manera. Lo hizo para usarlo como distractor de las graves acusaciones que pesan sobre él, su familia, su gobierno y su partido.

Ahora los yaquis (y todos los grupos sociales con demandas legítimas) saben que si al gobernador (y, ¿por qué no?, el presidente de la república) necesita sacrificar a alguien para apartar los reflectores que pudieran caer sobre sus latrocinios, no dudarán en orquestar denuncias para usarlas a discreción.

Para mayor desgracia, parece ser que han encontrado el cadáver de Pancho Romo, el profesor yaqui opuesto al bloqueo y que interpuso la demanda contra Mario Luna. Dicen los que saben que el cuerpo tenía un letrero que decía “por traidor a la tribu yaqui”. Si yo quisiera matar a alguien, lo menos que haría sería dejar evidentes indicios de que yo fui. Pero si quisiera culpar a alguien, cometería el crimen tratando de hacer creer que fue algún enemigo mío. Como los ciudadanos no se chupan el dedo, ahora el gobierno del Estado debe mostrar su eficiencia investigativa para dar con quien quienes realmente mataron a Romo.

Quizá el gobierno de Guillermo Padrés esté desesperado, pero hizo un cálculo correcto: los yaquis no se van a quedar con los brazos cruzados y el bloqueo de la carretera será de tal magnitud que el asunto de su rancho pasará a segundo lugar en la atención de la opinión pública, lo que justamente quiere el marrullero gobernante. El enfrentamiento apenas empieza y se vislumbra que sea de pronóstico reservado.

 

Protesta del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales

Reforma: SOBRE GABO

Reforma SOBRE GABO

Discurso de Luis Donaldo Colosio: Veo un México…

Veo un México con hambre y con sed de justicia. Veinte años.

Sonora, la de los hígados negros

Reseña del libro Yaquis, de Paco Ignacio Taibo II. Editorial Planeta, 2013.

Yaquis Paco

Si yo fuera Paco Ignacio Taibo II, la mera neta es que en el libro Yaquis le hubiera dado mole a casi todos los capítulos (o hubiera hecho un resumen de ellos) y hubiera dejado solamente los capítulos 1, 2, 3 y el 35, además del epílogo. Lo demás está, por decirlo así, bastante malón; está repleto de pequeñas batallas, escaramuzas, persecuciones y recuentos de frases que con todo cinismo dijeron los perpetradores del genocidio a que fueron sometidos los yaquis. Lo único que queda claro de todos los capítulos intermedios es que Ramón Corral, Lorenzo Torres, Luis Torres y Rafael Izabal eran unos verdaderos hijos de la chingada, malvivientes, asesinos y rateros en toda la extensión de la palabra.
Esos cuatro capítulos tienen la virtud de que en muy pocas páginas dejan en claro de dónde viene la guerra en contra de los yaquis y el propósito del gobierno (federal y estatal) de exterminar a nuestra tribu a como diera lugar; deja claro, además, que la deportación fue en realidad la instauración del esclavismo en México y no deja duda de la tremenda deuda que Sonora tiene con los yaquis porque “para llegar esta etapa de desarrollo, en Sonora se había cometido un genocidio”. Contando aquí y allá, Taibo llega a la conclusión de que el sistema “asesinó al 62 por ciento” del pueblo yaqui.
Los errores que yo, un simple lector muy eventual, encontré son bastante serios, de esos que cuesta trabajo entender cómo puede cometerlos una persona que se dedica al negocio de escribir. Tan emocionados que estaban mis compañeros del Vícam Switch cuando lo recibieron en Vícam, aunque no estuvo mal porque al final el historiador incluyo a nuestro periódico entre la bibliografía con un artículo del profe Franqui.

Yaquis Libro

Cuando terminé de leerlo, me llevé una gran decepción porque yo pensaba que iba a encontrar allí el chuqui de la cuestión y lo que encontré fue lo que todos aquí sabemos: que los yaquis nunca se quisieron rendir a los españoles y después a los mexicanos, que eran guerreros que mejor se morían que dar el brazo a torcer, que todos los gobiernos, desde la Colonia hasta que llegó Lázaro Cárdenas querían exterminarlos, que muchos fueron llevados a Valle Nacional en Oaxaca y a Yucatán como esclavos y que por fin tuvieron que reconocerles lo que siempre había sido de ellos, el territorio. La única idea nueva es el uso de la palabra genocidio, que aquí nadie quiere usar.
Para empezar, creo que a la escritura le falta, digamos, pulimiento porque hasta yo pude ver que a veces usa una coma donde va un punto o que la redacción se vuelve media desparpajada.
Luego, me quedé con una cosa así como que quiso meter a wilson un lenguaje muy de moda entre los nacionalistas que ahora se la quieren dar de revolucionarios. La cosa es que para un conflicto del siglo diecinueve-veinte, las palabras “guerrillero” (en lugar de guerrero), “estructura democrática” (en lugar de autoridades tradicionales), “alcaldes que imparten justicia” (para referirse a quién sabe quién, pero los menciona en la página 36 como parte de las autoridades tradicionales), “civilización” (en lugar de tribu bien organizada), etc., es como tratar de vestir a alguien de entonces con trapos de ahora. Yo creo que la sociedad yaqui del siglo diecinueve era más bien de tipo tribal, aunque aclaro que eso no le daba derecho a nadie de tratar de robarse las tierras.

Luego, a la larga defensa de los guerreros yaquis le llama la “guerra popular prolongada” (p. 163) y me quedé pensando si no era esa una manera de llamarle a algunos movimientos guerrilleros. Quise preguntar a alguien que supiera y el destino me llevó al Pablo Plascencia, que yo no conocía, pero que es muy famoso entre los que estudiaron la preparatoria en el CETA 26 en los setentas. Un amigo del Campo 30 me puso en contacto con él, quedamos de vernos en Providencia y ahí te voy a preguntarle. A la hora de la hora estaba muy arrepentido de haber ido porque habiendo empezado la plática a las 4 de la tarde, eran los ocho y no sabía cómo hacerle para que el Pablo se callara. Se vino desde Mao-Tze Tung, pasó por el Beto Mendoza y el Ronco Jara, habló del Sendero Luminoso y de un tal José Carlos Mariateguí, de Carlos Marx y del Che Guevara, del Nano Galindo, de Alesio Cinco Moroyoqui y del Tavo Montiel, pero sobre todo habló de él mismo. Lo que saqué en claro es que lo de guerra popular prolongada es un concepto maoísta.
Lo que sí hace muy bien en su libro el Paco Taibo es ajustar cuentas a los que les caen gordos, como a Enrique Krauze y a Hector Aguilar Camín. Yo no he leído a Krauze, pero leí la Frontera nómada, de Aguilar Camín y la neta es que el Paco se sale. Dice (P. 17) que no le sorprende “la admiración que le causan los barones sonorenses a Héctor Aguilar Camín, tan cerca habitualmente del poder y tan lejos del pueblo llano” como si él no hubiera estado nunca cerca del poder… salvo que para él los que están en el gobierno del DF no sean poderosos. Esto es nada más para empezar, como para predisponer al lector contra alguien del que hablará mal muchas veces, incluso haciéndose jaraquiri. En la página 77 dice: “Aguilar Camín, como si lo gozara, verá en el combate del Watachive la acción militar federal que quebró el espinazo del cacicazgo de Cajeme”. Pero luego, él mismo, Taibo, dice en la página 116: “En los primeros meses de 1896 el ejército… releva a los batallones 14 y 24 por el 12 y 17. Mal asunto, porque si bien el desgaste es muy grande, la experiencia perdida es invaluable”. Uno, si actuara de mala leche podría preguntar: ¿ese “mal asunto” significa que lamenta que el ejército porfirista haya perdido con el relevo experiencia en la lucha contra los yaquis? Yo ya sé que no, pero si uno fuera como él, podría hacer eso.

Todo lo anterior es, digamos, irrelevante. Lo sustancioso son las incoherencias que son como una pista de que el libro fue escrito un tanto al madrazo. Esas cosas tienen que ver con asuntos meramente cronológicos y con asuntos geográficos.
En la página 41 dice que en 1875 había crecido el número de residentes no indios en Cócorit, pero luego en la página 114 dice que en 1894 (casi 20 años después) en Cócorit residían unas cuantas familias no yaquis. Uno se pregunta, si en 1875 habían crecido las familias yoris y luego veinte años después eran unas cuantas, entonces ¿crecieron o se redujeron?
En la página 150 dice: “El 1 de septiembre el General Torres anuncia en Pótam que no proseguirá la campaña hasta que lleguen dos mil refuerzos y el tiempo frío aminore, porque ha variado de los tremendos calores de hace días.” ¿Cuándo se ha visto aquí que haga frío a principios de septiembre?, ¿y desde cuándo los tremendos calores se convierten en frío en cosa de días? Además, en la página 64 había dicho que Lorenzo Torres tenía una tremenda resistencia a los fríos extremos y entonces uno se pregunta cómo es que le tiemblan las corvas por el fresco de septiembre (y eso pues aceptando que antes septiembre era un poco más freco que ahora).

En la página 147 dice que en 1899 la Estación “Don Lencho” (no sabe que aquí nadie le dice don Lencho) era una estación del ferrocarril usada para deportar a los yaquis. Dice también que en la Casa de Piedra hay un sótano donde encerraban a los prisioneros mientras que los mandaban al sur. Lo primero es que en 1899 no pudo haber allí ninguna estación porque el ferrocarril pasó por Vícam en 1905. De hecho en la página 204 dice algo sobre la “inexistente vía férrea”, pero nueve renglones adelante se refiere otra vez a la “estación Don Lencho” del tren como si la estación hubiera existido años antes que las vías. Sin embargo, en la página 212, en el capítulo 32 fechado en 1905, dice que las compañías ferroviarias se oponían a la deportación de yaquis (la mano de obra barata) porque “en esos momentos terminaban el tendido del riel de Guaymas a Estación Esperanza”.
Lo del sótano en la casa de piedra nomás despierta en mí unas preguntas: ¿alguien ha visto que en la casa de piedra haya un sótano?, ¿lo tenía?
En el asunto geográfico, Taibo nunca distingue entre Vícam y Pueblo Vícam, ni entre Bácum y la la Loma de Bácum, ni Loma de Guamuchil y Cócorit. El punto es crucial porque esos pueblos simbolizan el despojo del territorio y la invasión de yoris en el territorio.

Así mismo, tampoco distingue al territorio yaqui del valle del yaqui. Para él son la misma cosa. Desde luego que ignora que el territorio yaqui (hoy las comunidades yaquis) son un subconjunto del valle.

Aunque tampoco ubica bien otras partes porque en la página 209 dice que unas personas iban rumbo a la minera de la Colorada, “en las montañas al oeste de Hermosillo” cuando la Colorada está rumbo al este. Al oeste de Hermosillo está el desierto. Y está bien que él no sepa, pero pues allí está el mapa.
Hay otros detalles menores que hablan de descuido en la escritura (o que andaba muy apurado queriendo terminar el libro antes de que terminara la fama del bloqueo de la carretera internacional).

Yo la neta creí que era un descuidito cuando en la página 119 leí que la partida yaqui “pierde diez muertos”, pero luego cuando vuelvo a leer en la página 183 que según información oficial “los yaquis pierden 78 muertos”, allí sí que dije, este cuate nomás se la lleva viendo televisa donde dicen sin agüitarse que “encontraron tantos cuerpos sin vida” (si los cuerpos tienen vida, no son cuerpos, son personas). Pues resulta que aquí me quedé pensando si los yaquis andaban por los montes cargando a sus muertos y luego en las batallas los perdían, o qué. Y lo peor es que eso viene de alguien que no hace otra cosa más que escribir.

No deja de haber humor en este libro (que se agradece porque pone a nuestra tribu otra vez en la discusión actual). En la página 96 se refiere a Izabal, que era un verdadero criminal y un raterazo (eso lo digo yo) como “ese personaje regordete y bufonesco”. Uno se queda pensando si el libro Yaquis fue escrito por un hombre esbelto o por lo menos flaco. Pero no, porque Taibo es un gordito no muy alto que hace reír mucho a su público en las presentaciones.

Marlon Brando, el Oscar y los indios americanos

Marlon BrandoEn 1973, Marlon Brando ganó el Oscar al mejor actor por su personificación de Vito Corleone, el legendario padrino de la mafia siciliana en Nueva York que le hacía a la gente ofertas que no podían rechazar.
Un día antes de la 45va ceremonia de los Premios de la Academia, Marlon Brando anunció que no asistiría a la ceremonia y que en su lugar iba a enviar Sacheen Littlefeather, una actriz poco conocida que entonces era la presidente del Comité Nacional Nativo-Americano.

SACHEEN-LITTLEFEATHER

En la noche del 5 de marzo, cuando Liv Ullman y Roger Moore leyeron el nombre del ganador del premio al Mejor Actor, estaban serios, sin una sonrisa, viendo cómo por la escalera subía una joven mujer vestida con traje de Apache y de pelo largo y oscuro.
Roger Moore le extendió a Sacheen el premio, pero ella lo rechazó con la mano abierta, dejó una carta sobre la mesa, se presentó y dijo que estaba representando a Marlon Brando; me él le había pedido que les dijera que no podía aceptar ese valioso premio por el trato que la industria del cine ha dado a los indios americanos. La multitud la abucheó, pero otros comenzaron a aplaudir.
En 1973 los indios americanos no aparecían en la industria del cine si no era como extras, porque los papeles principales de indios en los Westerns eran representados por actores blancos. Además, explicaba Marlon Brando, y eso es lo principal, eran tratados sin respeto.
Al día siguiente, el New York Times publicó el documento completo, además de una declaración suya condenando la masacre de Wounded Knee, un pequeño pueblo de Dakota del Sur que fue tomado por los indios lakota en abril de 1890. El 29 de abril, tropas del ejército de los Estados Unidos tomaron a sangre y fuego el pueblo, siendo esta la última de las grandes confrontaciones entre los indios lakota y los Estados Unidos. Según declaraciones del General Nelson A. Miles, quinientos soldados apoyados por algunas fuerzas auxiliares y una ametralladora rodearon el campamento indio con orden de escoltar a sus habitantes hasta un tren que los deportaría a Omaha, Nebraska.
Marlon Brando escribió: “La comunidad cinematográfica ha sido tan responsable como cualquier otra por la degradación de los indios y la burla a través de sus personajes, a quienes presenta como salvajes, hostiles y dados al mal. Ya es bastante difícil para que los niños crezcan en este mundo. Cuando los niños indios vean cómo su raza se ha representado en las películas, sus mentes se lesionaran de una manera inimaginable”.
A pesar de las tremendas críticas que recibió, Marlon Brando tuvo la oportunidad sin precedentes de presentar ante una audiencia de 85 millones de telespectadores la situación de la comunidad de indios americanos. Su rechazo a la estatuilla, cosa que nadie más ha hecho, sigue siendo uno de los momentos más emotivos de la historia del Oscar.

Maneras Japonesas

Si yo hubiera vivido en Japón entre los años 794 y 1185, durante el llamado periodo de Heian, me gustaría haber sido mujer y, para ser más específico, una talentosa dama que le sirviera a la emperatriz. Advierto que esto no se debe a inclinaciones sexuales, sino a circunstancias estéticas. Me explico: en ese contexto histórico –recordado por su magnificencia y por haber albergado a la que suele conocerse como la época clásica de la literatura japonesa–, el quehacer poético era predominantemente femenino y cortesano, como lo demuestran las dos obras en prosa más representativas de entonces: el Romance de Genji, de Murasaki Shikibu, y El libro de la almohada, de Sei Shônagon. En esta ocasión, lo que digo se debe a la lectura de este último, que el público hispanoamericano puede conocer en la primera versión completa en nuestro idioma gracias a la labor de la traductora Amalia Sato, publicada por la editorial argentina Adriana Hidalgo editora.
Escrita a lo largo de la década de 990, mientras Shônagon desempeñaba sus labores como una de las ayudantes favoritas de la emperatriz Sadako, esta obra representa para mí un tipo de literatura que, por ser diferente a la que púdicamente practico, me resulta irresistiblemente fascinante. Una literatura hecha de cosas pequeñas, de acontecimientos y observaciones sin importancia; una escritura que me atrae muchísimo y que sin embargo, debido a algunas características esenciales de mi personalidad (la vergüenza perenne, el temor a causar bostezos y la renuencia a contar aspectos privados de mi vida ordinaria por la certeza de que a nadie le importan), no me atrevería a realizar. Un ejemplo: no atino a decir si me maravilló o me exasperó encontrarme a cada paso con fragmentos que, mezcla de poesía cotidiana, contemplación frívola y trivialidad absoluta, dicen cosas como la siguiente (fragmento 31): “El Séptimo Mes, de fieros vientos y chaparrones fuertes, hace casi frío y no me molesto en cargar un abanico. Entonces, me gusta dormir una siesta cubriéndome con ropas que tengan un tenue olor a transpiración”. Desconcertante, ¿no? Pienso que difícilmente me atrevería a escribir ese tipo de cosas en un libro. No obstante, recuerdo que conforme pasé las hojas y descubrí más fragmentos parecidos, experimenté una indignación admirativa, un deseo de ser como Shônagon, de poder escribir así, de vivir en el periodo de Heian como una dama palaciega, de adscribirme a esa manera tan peculiar de hacer literatura que ella representa.
Pero ¿cuál es esa manera? En la tradición occidental, puede decirse que El libro de la almohada pertenece a cierta familia literaria que renuncia a la unidad y linealidad textual, que huye de esa pretensión novelística que desea construir, a partir de los hechos sueltos e inconexos de la vida, una narrativa o historia cohesionada, presumiblemente importante. Pertenece a un rebelde clan literario compuesto por el género de los diarios íntimos y por ciertos libros inclasificables, misceláneos y fragmentarios (pienso en Opium, de Jean Cocteau) que oscilan entre la narración, el ensayo breve, el relato de anécdotas y sueños, la confesión, la broma y el aforismo. Libros y autores en los que me gusta ver (sin que importe mucho comprobar si esa es la idea que en verdad los motiva) la siguiente postura literaria y vital: dado que la vida es simplemente un lapso de conciencia durante el cual ocurren determinadas cosas (algunas previsibles, otras no; algunas interesantes, muchas no), la literatura puede tomar el mismo camino disperso, fragmentario e incoherente que sigue la existencia y manifestarse de igual manera: regodeándose en su iridiscente futilidad, rescatando determinado acontecimiento evanescente, cierta preferencia extraña como esa de tomar la siesta envueltos en ropas levemente transpiradas, confiando en que las verdaderas maravillas se encuentran en lo que, por común y omnipresente, suele olvidarse. Dice Shônagon (fragmento 92): “Fécula de arroz mezclada con agua. Sé que es un asunto muy vulgar y que todos se disgustarán porque lo menciono. Pero lo hago igual, de hecho me siento con libertad de incluir todo, incluso las tenazas para las fogatas de despedida de las almas. Después de todo, estos objetos existen y todos los conocen”. Y también: “Aunque no haya novedades en esto, es algo encantador. Después de todo, ¿debe cansarse la gente de los cerezos porque florecen cada primavera?” (fragmento 26).
Si pudiera definir a El libro de la almohada con base en mi experiencia de lector, diría que se trata de una obra que, más allá de dejar anécdotas o ideas en mi memoria, despertó en mí un estado de ánimo extremadamente sensorial. Eso se debe, supongo, a la sensibilidad plástica de Shônagon (observando a la emperatriz, dice de ella: “era de una belleza que había visto en las pinturas pero no en la vida real; era como un sueño”), y a la atención que le presta a los olores, a la textura del papel y las telas, a la manera en que se debe doblar una carta, a la atmósfera exquisita de su entorno palaciego, un mundo de jardines, incienso, cancilleres, flores, modales y movimientos delicados, un mundo, en fin, donde la gente distinguida habla en su cotidianidad parafraseando antiguos poemas chinos que tratan de lunas llenas sobre bosques silenciosos y cosas similares.
Si me empeñara en definirlo a través de sus características formales y de su posible inclusión en algún cajón de los géneros literarios (empeño fútil, pero apasionante), diría que se lee como un diario íntimo, pero que difiere de ese género porque no todas las entradas tienen una referencia calendárica, lo cual le otorga una atmósfera de intemporalidad al texto. Algunos fragmentos pueden ser disfrutados como cuentos perfectos, o como ensayos que coinciden con la mejor y más lúdica tradición ensayística que Montaigne cristalizó en Occidente en el siglo XVI, lo cual es en realidad un contrasentido, pues Shônagon fue pionera, en el siglo X, de un género típico de la literatura japonesa: el zuihitsui, que es, afirma Amalia Sato, “el ensayo fugaz y digresivo, literalmente ´al correr del pincel´[…] carente de una orientación predeterminada; una dispersión del sujeto en fragmentos”. Sin embargo, como recurso formal, lo que más llama la atención son sus extrañas y bellísimas listas, esos catálogos poéticos que, en su breve enumeración de determinadas cosas, contienen hallazgos inusitados, asociaciones extrañísimas, imágenes indelebles. Un ejemplo: en su mención de lo que considera “Cosas sórdidas” (fragmento 101), Shônagon enlista: “El revés de un bordado. El interior de la oreja de un gato. Crías de ratón, todavía sin pelo, que salen retorciéndose de su guarida. Las junturas de un abrigo que no han sido todavía cosidas. La oscuridad en un lugar que da la sensación de no estar demasiado limpio. Una mujer poco atractiva que cuida a muchos niños”. No creo exagerar si afirmo que ese catálogo, por su rareza y precisión indefinida, puede leerse como un poema delicioso.
Y a propósito de listas, para terminar mi texto, quiero enlistar algunas que el público, si se anima a leer El libro de almohada, encontrará: catálogo de cosas raras, de cosas que pierden (y que ganan) al ser pintadas, cosas vergonzosas, cosas dignas de verse, cosas que caen del cielo, cosas que deberían ser de gran tamaño, cosas presuntuosas, cosas que deberían ser reducidas, lista de personas que parecen sufrir, de personas que parecen complacidas, de cosas que han perdido su poder, de cosas que aunque lejanas son próximas.
Definitivamente El libro de la almohada está en mi lista de obras que merecen la pena recomendar y, de vez en cuando, revisitar para mantener la sorpresa de lo ordinario y lo delicado.

El Vícam de mis recuerdos

Recibí en diciembre una carta de Mirna Márquez Urías y en cuanto la leí me dije: “Esta mujer tiene que escribir en el Vícam Switch“. Quedamos en eso, pero por desgracia la edición impresa del Vícam Switch tuvo que desaparecer. Así que aquí le presentamos ese recuerdo maravillosos y esperamos contar con más artículos de Mirna. La carta que me mandó dice así:

Sr. Alejandro Valenzuela, Director de Vícam Switch, espero me recuerdes, soy Mirna Márquez, la hermana de Daniel Castro Urías e hija de don Ramiro Márquez, el carpintero, y Sofía Urías, la enfermera. Una de las memorias muy claras que tengo es la imagen de tu papá, don Ramón Valenzuela, quien nos hizo la casa. Como has de saber, él y mi padre fueron muy amigos. El verlos tomar café, fumar y contar sus anécdotas y sus sueños, son parte de los recuerdos que hasta hoy me acompañan.
Tu casa la visité varias veces, pues mi mamá visitaba mucho a doña Gloria, tu madre. En mi mente está vivo el recuerdo de una señora que, cuando nos veía llegar, siempre se dirigía a mí, dándome un fuerte abrazo, siempre platicadora y sonriente, y me encantaban sus tortillas de harina. En una ocasión me caí al canal que pasaba frente a tu casa, afortunadamente llevaba poco agua. Recuerdo a doña Gloria gritando por ayuda, y llegó Roberto Ruiz y alguien más que no recuerdo. Afortunadamente no pasó de un susto y una cortada en el talón izquierdo.
A ti te ubico como uno de los amigos más allegados a mi querido hermano Daniel. Tú, como Rodrigo Gómez, Marcos y algunos de tus colaboradores, son parte, aunque no lo sepan de estos gratos recuerdos que conservo de mi niñez.
Por cierto, me dio mucha tristeza, enterarme a través de la versión virtual de tu periódico, de la muerte de Neftalí Osuna, el Neffy, a quien encontré por azares del destino a través de Facebook y pude saludarlo unos meses atrás, cuando ya su salud estaba muy minada. Me hubiera gustado permanecer más en contacto e intercambiar impresiones y recuerdos, pero la vida dispuso otra cosa.
Vícam para mí fue un lugar donde viví feliz y con mucha libertad. Mis pies aprendieron a recorrer las vías del tren, sin perder equilibrio, y aun puedo sentir la vibración que en los rieles provocaba la mole de hierro, mientras su pitido espantaba las aves desde el rumbo de Oroz. Recuerdo el depósito de sal que estaba atrás de las vías y donde una colonia de ardillas habían hecho su hábitat y donde esperábamos ansiosamente que llegara la carreta de Juan el Lechero, a cuyo paso nos trepábamos y la que dejó, a más de los recuerdos, algunas cicatrices.
Los hijos de Teodoro Montiel sabrán perfectamente quién fue Juan el Lechero. Hace muchos años estoy radicada en Arizona, con mi familia, donde también me he dedicado al periodismo y se lo emocionante y satisfactorio que es esa actividad. A Vícam Switch, desde que le encontré en la Red, lo devoro con avidez cada ocasión que sale a luz, sobre todo en su sección de imágenes del recuerdo. Allí permanecen algunos familiares muy queridos, que aunque hace tiempo que no los veo, viven en mis recuerdos y sentimientos, como lo son los Márquez, los Piña Quintero, extraño los “tacos de nada”, y parece que oigo resonar la matizada voz del Naylo, de quien llegué a pensar que había caído de bruces en la mitología aunque veo que por ahí anda, aunque haya cambiado la carrucha por unas muletas.
Que grato fuera tener oportunidad de colaborar en tu periódico, el cual me causó gran orgullo, desde el primer ejemplar que pude leer; me recordó aquel otro esfuerzo que durante muchos años sentó “Presencia”.
Un abrazo, enhorabuena y muchas felicidades por tu proyecto.

Vícam de mis recuerdos

De pronto sentí que caminaba por los senderos de cemento que ahora forman un sol opaco en la plaza de Vícam, y como ráfagas de viento, comenzaron a llegar recuerdos de mi infancia y adolescencia… Aquella plaza que vimos nacer, cuando una cuadrilla de trabajadores inició las mediciones, los diseños, los trazos, el círculo central que los fines de semana se convertía en pista de baile, donde el resto de la semana jugábamos o paseábamos en bicicleta y donde, como palomas enamoradas, las parejas se encontraban para arrullar sus besos con la complicidad del atardecer.
Desde la refresquería “Los carrizos”, las voces de Camilo Sesto, Leo Dan, Roberto Carlos, y hasta Los Ases de Durango amenizaban las reuniones crepusculares. Recuerdo las bancas de granito blanco, que tenían grabados los nombres de quienes en aquel tiempo las donaron, dejando constancia en aquellas letras cinceladas de sus deseos de progreso para el pueblo. De los nombres de aquellos benefactores, asentados en los respaldos de las bancas, recuerdo los de Severiano Puertas Quintero, Bardomiano Galindo López, Vicente Padilla Hernández, Ignacio Osuna, Ignacio Martínez Tadeo y otros que ya se ocultan en las sombras del tiempo. Me pregunto ¿cómo fue que aquel centro de reunión de generaciones fue quedando abandonado?, ¿Cómo pudo deteriorarse sin que alguien hiciera algo por evitarlo?, ¿O es acaso que dejamos en el olvido las alegrías, los sueños, los romances, los juegos infantiles que allí vivimos?
Recuerdo el trajinar de los labradores que, de amanecida, cruzaban aquella plaza camino a sus trabajos, y el ir y venir de los militares camino al cuartel que en aquel tiempo se encontraba justo a un lado de la plaza. Los militares a las órdenes del Capitán Chiapas imponían respeto.
Aquella plaza fue testigo de nuestras correrías infantiles. En ella nos dábamos cita Martín el Pachuco, Lourdes Guerrero, Florencia Limón, Marco Antonio el Venado, Gilberto el Tolé, La Negra de la Coti, mi hermana Déborah y siempre, como un ángel guardián, Juanita Quintero, mi prima.
Eran tiempos de lluvia y en los jardines de la plaza y debajo del tinaco se acumulaban charcos donde pululaban los renacuajos que días después se convertirían en ranas de curioso verdor y que para nosotros eran pescaditos entretenidos.
No todos disfrutábamos por igual de su captura. Deborah y la Pachuca se montaban en el respaldo de las bancas, aterradas frente a los diminutos batracios, aunque a su modo, ellas también disfrutaban la explosión de adrenalina que aquellos juegos “terroríficos” les producían.
Aquellas reuniones de la pandilla infantil eran el regocijo de doña Ramona la Huesitos ya que tenía una cenaduría contra esquina de la plaza y con el desgaste de energía que aquellos juegos, terminábamos haciendo cooperacha o vacunando a Ramiro Márquez, mi padre, que acostumbraba “dispararnos” los tacos. En mis recuerdos no logro hurgar unas enchiladas de queso más suculentas que aquellas, y como era costumbre, pasadas las ocho de la noche, aparecía un gendarme, manguera en mano y con cara de pocos amigos, que rompía el encanto. Era mi madre que venía por nosotros y que nos hacía enfilar para la casa, no sin antes llegar de pasadita y darlas buenas noches a la Profe Lola.

Adrian Lajous: La reforma petrolera (Nexos de diciembre 20013)

http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204548

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